domingo, 2 de diciembre de 2012

Ya cooperé

De esas veces que a uno le dan el cambio de un billete grandote, se lo guarda sin ver y resulta que le dieron una monedota de a 20 varos, de esas que descontinuaron desde el sexenio antepasado porque nadie las usaba, estaban bien feas y pesaban un chingo. Desde ese día, ando buscando cómo deshacerme de ella, pero sin perder dinero, porque, como quiera que sea, son 20 lanas las que me bajaron.

La oportunidad perfecta vino vestida de morado, con unas nalgotas, cabello largo, pechos sugerentes, lentes hipsterosos y sosteniendo una alcancía en forma de cochinito a la salida de la estación del Metro Polanco. ¡Uta madre! Era una morra de esas que levantan varo para el Teletón, la que representaba mi chance de deshacerme de medio kilo de inservible níquel con aleación de plata y obtener algo más, aparte de la satisfacción de ayudar a los morritos que no pueden caminar pero cantan bien bonito.

Acá payasón, una vez que identifiqué su zona, me abalancé directo hacia ella, como diciendo “a ver si te cabe esta en tu ranura”. ¡Y sí cupo! Yo tenía el miedo de que se fuera a atorar la moneda, pero no, embonó perfecto y al caer al fondo con un gran estruendo, ella se sorprendió como si le hubiera aventado un centenario de oro o una onza de plata, demostrando mi nivel de compromiso con las buenas causas.

Un intercambio de sonrisas, provocados por mi gran corazonsote, y ya le había sacado el nombre a la morra y la promesa de llevarla a ver a Lucerito llorar en vivo en la clausura del Teletón, aprovechando mi condición de prensa acreditada.

¡Uts!

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