martes, 11 de diciembre de 2012

El pinchi hoyo

Como soy un miserable y un asalariado de mierda (como diría Azalia Ojeda (ojeta), alias la Lady de Polanco), no tengo varo para pagar un estacionamiento, ni las ganas de estar yendo a cada ratito a echarle monedas al parquímetro en Polanco, por eso voy a dejar mi coche hasta las peligrosas calles de la colonia Granada, en la delegación Miguel Hidalgo, donde no cobran nada y hay lugar, pero no hay garantía de salir vivo.

Caída la noche, iba yo a recoger mi vehículo aparcado en la calle de Lago Mayor, casi esquina con Lago Alberto, por donde está la fábrica de esas chelas que se toman en México y el mundo, cuidándome de no ser seguido por ningún cábula oportunista, sin fijarme y sin siquiera pensar remotamente que la tierra se abriría frente a mí para tragarme.

En esa zona mal iluminada, me vi y de repente ya no. En un segundo estaba y para el otro no. No fue un portal a otra dimensión, un secuestro narcoextraterrestre o una desaparición forzada por ser un periodista crítico del gobierno (¡ayajá!), sino una pinche perra coladera sin tapa, en la cual metí mi pata derecha, la cual resultó con un raspón marca chillarás, mientras que la otra se llevó un esguince de tobillo nomás.

No sé de dónde saqué coraje, valor y fuerza, pero me trepé a mi nave y me pelé de ahí, con más vergüenza que miedo a ser asaltado, pese al dolor que me causaba el pisar el clutch y acelerar. Lo que más me preocupa es que nunca toqué el fondo del agujero, y eso que estoy grandote.

¡Uts!

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