miércoles, 12 de diciembre de 2012

Curado por más días de rock

Estaba a dos segundos de la embolia cerebral. Los oídos parecían estallarme, el dolor de cabeza era tal que sólo un taladro podría curarlo. El reflujo en la garganta me hacía sonar como José José en la actualidad y sentía navajas cortándome los muslos al intentar caminar o simplemente permanecer de pie. Los síntomas indicaban que me iba a dar una gripa extraterrestre, de esas que te hacen escupir flemas hasta por la cola.

Pero no podía dejar que un virus pedorro chilango me venciera y evitara que estuviera frente al Jefe Bruce Springsteen en su primera y probablemente única actuación en territorio nacional. Llegué al Palacio de los Deportes casi gateando, aullando de dolor, pero dispuesto a morir en nombre del rock and roll (¡ay qué mamón!).

Una chela tamaño garrafón y unos tacos de pastor no hicieron el efecto que yo esperaba, pero me dieron energía para llegar hasta enfrente del escenario. Fue gracias a los apretujones de la compacta multitud que pude permanecer en pie, ya que mi peso fue cargado por todos aquellos que, como yo, intentaron tocar a Bruce.

Pensé que el ruido de la E Street Band destruiría mi cráneo, pero la música me dio energía para plantarme sobre el suelo, alzar los brazos y tocar al ídolo de Nueva Jersey cuando se mezcló entre el público. Ya en el encore, mis piernas habían recuperado la fuerza necesaria para brincar, bailar y tirarle el perro a una sabrosa de rojo que andaba por ahí, porque los vagos como yo nacimos para correr.

¡Uts!

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