lunes, 25 de marzo de 2013

En esta primavera

Enemigo de los clichés, me negué hasta que no pude más y tuve que aceparlo: la primavera pone bien cachondos a todos, incluyéndome a mí. Faldas cortas, shorts hechos de pantalones viejos recortados, blusas que se transparentan, sudor escurriendo por el cuello hasta acumularse en el valle erótico que se forma entre los senos de las mujeres, que al condensarse forman una humedad fría que endurece pezones y atormentan mi alma abstemia.

¡Oh Dios todo rencoroso! ¿Por qué me haces esto a mí, el más chaqueto de tus hijos? Uno no puede caminar por la calle de forma casual sin toparse con el paso hipnótico de un par de glúteos bien formados que sobresalen con su andar rítmico por sobre la tela de un vestido vaporoso, que hacen que la vista no se concentre en nada más que en aquel ir y venir de carne divina ejercitando el músculo del amor... ¡ay qué mamón!

De repente todas están guapas, la que toma el café en la panadería de la esquina, la que se sube al pesero en viaducto, la que se sienta en la banca de enfrente en el Metro, la que atiende el mostrador de la tienda de ropa de Perisur, la que hace las chapatas en el paradero de Taxqueña y, sobre todo, la que cobra las rentas en la tienda de los videojuegos.

Y uno ahí va de estúpido, tras una y tras otra, fajándotelas con la mirada creyéndolas inalcanzables, sin saber que es el efecto de las feromonas que florecen en el ambiente con la vegetación chilanga, que hacen de la más araña algo ligeramente deseable.

¡Chá!

viernes, 22 de marzo de 2013

Pizzas Baco

Contrario a lo que se pueda pensar, ser crítico de pizzas no es un trabajo fácil. Son dos cosas las que complican la labor del catador periodístico: la primera es que hay que comer muchas pizzas en busca de la mejor, lo que conlleva a importantes complicaciones de salud, por eso ninguno de nosotros vive más allá de los 35 años, pues morimos de infartos, diabetes u obstrucciones rectales. La segunda es que incluso la pizza más fea está buena, lo que exige un paladar en estricto mamón.

Sin embargo, hoy viernes puedo decir que cumplí con mi misión en la vida, al identificar las que probablemente sean las pizzas más chafas de la ciudad, las cuales pueden matarte de un ataque de colesterol a la segunda rebanada.

Dejando a un lado el hecho de que el que las hace es el mismo güey que te pasa la carta, te toma el pedido y cobra la cuenta, las Pizzas Baco, ubicadas en Chapultepec y Francisco de Garay, en la Doctores, son un suicidio culinario. Jamás en mi vida había visto comida con tanta grasa escurriendo en el plato al llevar un trozo a la boca. Pareciera que si las frotas contra la pared, ésta podría transparentarse, como aquel capítulo de Los Simpson en el que Homero engorda.

El lugar es nuevo, tiene buena música, la decoración está “locochona” (lo que sea que eso signifique), sirven chelas grandotas, cocinan en horno de piedra y con ingredientes frescos, pero si no le bajan de aceite a su masa, tronarán en un par de meses o menos y matarán a alguien.

¡Provecho!

viernes, 15 de marzo de 2013

Burguer bar joint

Hamburguesas buenas las pueden hacer en cualquier carrito callejero medianamente inspirado, pero las verdaderas delicias, de esas que se desbordan cuando las muerdes, de esas que quieres otra aunque las tripas se te estén saliendo por la cola, de las que son capaces de romper cualquier dieta y cualquier retrete, son pocos los que pueden hacerlas, y todavía menos quienes alrededor crean una atmósfera idónea para el atasque.

Burguer bar joint, ubicado adentro de la plaza comercial Parques Polanco, que a su vez se encuentra en el cruce de Mariano Escobedo y Lago Alberto, es el lugar en el que yo quisiera morir, sobre todo si es de un infarto al corazón por comer seis kilos de carne en una hamburguersota acompañada de una malteada de fresa con chupe, que a pesar de lo asqueroso que suena, es el brebaje más fantástico que se le ha ocurrido al hombre desde la invención del café con leche.

Lo mejor de todo es que quien te recibe a la entrada y quienes te atienden son unas meseras buenísimas, vestidas con camisas ceñidas de color negro y pantalones pegadotes rojos, que resaltan el hecho de que ellas no comen de donde trabajan, porque serían unas gordas desparramadas que le quitarían uno hasta el hambre.

El lugar está bien padrote e invita a salir arrastrándose con una congestión alcohólica, pero antes de las dos de la mañana, porque es un lugar bien decente que respeta la ley, que cierra la barra a esa hora, así que hay que empezarla desde temprano.

¡Provecho!

martes, 5 de marzo de 2013

Pasión futbolera

A la salida del Azteca, sobre Avenida del Iman, un microbús rodaba furioso entre el tráfico, cargado de decenas de güeyes con playeras azules y el rostro rojo de coraje, al ver a su equipo sodomizado en la cancha por Cristian el Chucho Benítez. Un Jetta negro con banderas amarillas saliendo por las ventanas se empareja y los del pesero comienzan el recital de mentadas. Uno de ellos amaga con bajarse, pero sólo es distracción para que los celestes que van caminando del otro lado aprovechen, les quiten los blasones y los rompan de frustración.

10 metros adelante, al tipo que acaba de ver los colores de su equipo mancillados, pese a la victoria, no se queda con las ganas, se baja del auto y confronta a su agresor, sin saber que está rodeado de la porra visitante. Se abre la gente que va caminando, una señora se espanta, yo me subo el cierre de la chamarra para evitar que se vea el escudo de mi playera (¡qué puto, la verdad!) y cae el primer golpe, seguido de 15 más, en lo que ya es una masacre.

El crema con el 10 y el nombre S. Cabañas en la espalda queda tirado en el piso recibiendo las últimas 22 patadas en las costillas, gracias a la oportunísima intervención de un policía de tránsito que casi les pide a los de la máquina que por favor no maten al chavo. Una ruca, posiblemente mamá del hoy madreado, le grita al de fosforescente que es un pendejo y un marica por no intervenir a tiempo, a pesar de que estaba a cinco metros viendo todo.

Las personas son tan fanáticas de un equipo como para agarrarse a golpes en plena calle sólo porque carecen de victorias y méritos propios que los hagan defenderse a sí mismos como lo hacen con los colores de un equipo, es decir, que hay quienes se definen primero como hinchas y después como individuos.

Una victoria del América, Chivas, Pumas o el equipo que sea significa una victoria personal en la vida de ese tipo de güeyes, cuya mediocridad es tanta que sienten que si ganan los once de la cancha lo hacen ellos también y viceversa. Es decir, en su mente piensan: "tengo 35 años, estoy desempleado, vivo con mi mamá, no me pela una vieja, la tengo chiquita y me está saliendo un tumor en la cola, pero al menos le voy al mejor club del país y por eso soy mejor que tú".

Y para un país lleno de frustrados, es obvio que se van a desatar los chingazos, que son, en un mundo civilizado, la última forma de mostrar superioridad, sobre todo cuando los que juegan en la cancha fallan.

¡Chá!

lunes, 4 de marzo de 2013

Mi mamá Elba Esther

Mi mamá se llama Elba y es maestra. ¡Qué oso! Lo malo es que no es esa de la que todos hablan, porque ahorita no estaría aquí escribiendo estas jaladas en mi computadorcita con Windows XP que se traba a cada rato, sino en un yate navegando por las playas de Los Cabos con 20 prostitutas superbuenísimas de cada lado, mis narices llenas de cocaína y una tanga de oro, padroteando machín, no como El Niño Verde y esas payasadas, que serían mis perras fieles gracias a las influencias de la profesora Gordillo.

Por otro lado, ahorita seguramente me estaría escondiendo para que no llegara la PGR por mí, pues seguramente algo de esos millones de dólares desviados de las cuentas del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación habrían sido gastados en burdeles, drogas, coches, motos y una campaña política para diputado local, que seguramente perdí por andar hasta mi madre todo el tiempo.

Estaría pocamadre ser el niño consentido de Elba Esther, pues además de las sedes del SNTE, en el DF el magisterio es propietario de tiendas, salones de fiesta y varios hoteles, ubicados en Reforma, en Santa Fe y uno más en Tacuba, que seguramente sería utilizado por mí como centro de operaciones de mi red de tráfico de blancas, cuya única justificación sería el poderme vestir como padrote, con sacos de colores como Joan Sebastian y unos abrigos hechos con pieles de animales en peligro de extinción, valiéndome chile el asqueroso calor que está haciendo en la ciudad de México.

¡Chá!