viernes, 28 de diciembre de 2012

Depresión navideña

25 de diciembre por la mañana. El sol de la mañana se cuela por la ventana y alumbra hasta quemar mi rostro. Son apenas las siete y media de la mañana pero yo ya desperté, luego de una larga noche de sueño de la que pude disfrutar gracias a no haber disfrutado de una cena familiar como toda la gente.

Las calles están vacías, todo el mundo duerme, mi cama también está desierta, hoy hasta las prostitutas se tomaron el día libre para estar con sus seres queridos. Un sabor a rancio permanece en mi boca después del clásico enjuague matutino. Salgo a la sala a escarbar debajo del arbolito con foquitos fundidos que alguien olvidó en mi casa, sólo para descubrir que Santa Claus sigue siendo un ojete, como cuando era niño.

Las risas de los niños jugando en los pasillos de mi edificio con sus juguetes nuevos sólo me producen un dolor de cabeza comparable al que se siente cuando te pegas con el dedo chiquito del pie en la esquinita de la base de la cama. Qué bueno que cambié en Iztapalapa mi revólver por una tablet piratona, como las que anuncia Laura Bozzo en las madrugadas por la tele, porque la masacre de Newtown de hace unos días sería un día en Six flags comparado con mi sanguinaridad (si es que esa palabra existe).

Sin dinero, sin regalos, sin compañía, sólo y amargado en Navidad. Cuando me doy cuenta, estoy llorando a moco tendido y eso que la telenovela Corona de lágrimas todavía no empieza. Pero es porque hay precontingencia ambiental, no crean que soy joto.

¡Chá!

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