miércoles, 28 de noviembre de 2012

Soy como Tim Allen

En El buen fin me compré una lavadora a 32 años sin intereses, para dejar de llevar mi ropa a la lavandería y evitar más el oso de que la gente vea mis calzones de Pokemón todos rotos y mis sábanas de Angry birds todas manchadas como de engrudo. Ya bien contento, unos ñores me la subieron a mi departamento de la Súper Narvarte y me dijeron que si les daba para el chesco me la instalaban.

Pero yo, como soy muy hombre (y muy codo), les dije que nel porque ¿qué dificultad puede haber en conectar una mugrosa lavadora al drenaje y a la toma de agua? Pus’ ahí agarré, la saqué de la caja, boté el instructivo, jugué un rato a romper el unicel a karatazos pretendiendo que era madera, para después proceder a enchufar todas las mangueras.

Diez minutos después, le tuve que cerrar a la llave de paso porque se me olvidó poner las juntas de plástico y las roscas no embonaban bien. Una vez superado ese detalle, a los 20 minutos estaba agarrando a mazazos la pared, porque como todavía goteaba tantito, me pasé de fuerza al apretar y rompí el tubo de cobre, por lo que había que cortar y soldar un conector de rosca interna para dejarlo como estaba o resignarme a vivir sin agua en toda la casa.

Tres horas después, supe que sabía soldar y me sentí orgulloso de tener la suficiente testosterona en mi cuerpo para evitar llamarle a uno de esos pobres que pasan los días vendiendo lástima en las rejas de la Catedral Metropolitana con su letrero de “plomero”. ¡Ah qué hombre soy!

¡Uts!

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