jueves, 28 de enero de 2010

Muera el Bar Bar

1982. En lo que ahora es el vestíbulo del Mama Mía (que antes era todo el Mama mía, previo a la compra de 72 hectáreas más de terreno que hoy ocupan el lugar en su totalidad), Marco Flavio Cruz, Lee Iacocca, Johan Cruyff, Mihail Gorvachov, Ron Jeremy, Ali Hassan al-Majid y yo compartíamos una patona de Azteca de Oro.

Los siete estábamos hablando sobre las coincidencias entre las nalgas de Olga Breeskin con una verruga que le había salido al ex presidente Echeverría (quien por cierto estaba bailando con 12 putas en la pista), cuando en eso, un güero baboso se acercó a saludar a la banda.

Su nombre era Simón Charaf, un joven quesque empresario que venía a pedirme consejos sobre cómo poner un negocio de perdición tan exitoso como ya lo era en ese momento el Mama Mía, creación que comparto con el Papa Juan Pablo II, el cardenal Ernesto Corripio Ahumada y el cantante Leonardo Fabio.

Yo, en ese entonces joven escritor, periodista incipiente y empresario en pequeño, lo mandé a chingar a su madre, porque un lugar que reuniera lo más selecto de las personalidades del mundo, los mejores espectáculos, los eventos de primer orden y las pirujas más ricardas de la vida… ¡sólo el Mama Mía!

Esa noche, sentado en una mesa inhalando cocaína con Joan Jett se encontraba Eduardo Cesarman, dueño del Baby’o de Acapulco, quien al percatarse del rechazo a Charaf se acercó a él para darle una idea o dos, lo cual culminó en lo que dos años después se conocería como El Bar Bar.

Desde ese entonces, ese lugar ubicado en Insurgentes Sur intentó semejar al mítico Mama Mía, pero en vez de eso sólo logró ser una copia barata del antro más naco de la costa guerrerense, el cual se llena de gente que el cadenero del Mama Mía (un güey que se parece a Fernando Colunga) no dejó entrar.

Porque, o sea, Israel Jaitovich empezó boleando zapatos a la entrada del Mía (así le decimos); a Liz Vega sólo la dejaban bailar ya cuando todo el mundo estaba bien pedo; el Burro Van Rankin siempre limpió tarros atrás de la barra y Cuauhtémoc Blanco… bueno, él sí era V.I.P.

Lo de Salvador Cabañas en el Bar Bar nunca le hubiera pasado en el Mama Mía, de hecho nunca le pasó (porque el 10 del América sí iba muy seguido), ya que en la entrada, a parte de la obligatoria báscula ratera, hay instalados escáners de cuerpo completo como los que ahora ponen en los aeropuertos de Estados Unidos, los cuales se pirateó Barack Obama cuando anduvo por allá hace dos años, en plena campaña presidencial.

El chiste es que, qué bueno que ya clausuraron esa mamada, porque para antros chidos que abren todos los días del año, con ambiente pocamadre y pura gente importante… ¡sólo el Mama Mía!

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