martes, 2 de febrero de 2010

A una mano

Caerse de una moto es chido, porque quiere decir que ibas en una. No es como tropezarse con una cáscara de plátano, chocar contra un poste o ser atropellado por un microbús. Para subirse a una máquina aerodinámica de alta velocidad con un motor perfectamente engrasado de 999 centímetros cúbicos, 300 caballos de fuerza e ir a más de 150 hacen falta huevos… o estar muy pendejo.

Creo que en mi caso fue lo segundo. Me ganó la sensación de ir cortando el viento, inclinarme 45 grados para tomar una curva y robar las miradas de decenas de chicas que mojaron sus bragas en la carretera al verme pasar, tanto que ignoré el hecho de que estaba lloviendo y había piedritas sueltas en el pavimento.

¡Madres! Me fui de lado y quedé tendido en medio de la autopista, mientras la Yamaha FZR 1000 se estampaba contra el muro de contención. Afortunadamente me ocurrió en un área semipoblada y unos ñeros me arrastraron al acotamiento, donde quedé tendido en lo que ellos llamaban a una ambulancia y a mi familia.

Pinches rescatistas sirven para pura madre, porque jamás llegó la chingadera esa, permanecí tendido boca arriba y bajo la lluvia como 20 minutos hasta que le cayeron mi abuela y una tía que vivían más o menos cerca de donde me rompí el hocico, en tanto que mis salvadores intentaban encuerarme quesque para ventilarme o no sé qué pedo (cosa que impedí). En ese momento me acordé del fotógrafo gringo Brad Will que balearon el Oaxaca los de la APPO… ¿por qué lo dejaron en calzones si traía un tiro en la panza?

Ya en urgencias, descubrí que aparte de las ambulancias, los hospitales públicos son una mamadota; estaba yo todo puteado, con el pantalón y la chamarra rotos, con un reboso deteniendo un brazo lastimado y goteando sangre, y la pendeja que hace el aseo todavía me pidió que me levantara de la banca quesque porque iba a trapear.

La muy jija lo hizo dos veces, porque después de casi arrastrarme al asiento de enfrente, también me ordenó levantarme de ese para pasar su pinche jerga culera. Una hora después de quejarme del dolor, con los ojos en blanco, de estar babeando y sangrando, salió una enfermera desde un consultorio que estaba hasta el otro lado de la sala nomás para decirme que me aguantara tantito porque el puto del doctor estaba atendiendo a una gorda con almorranas.

Media hora después, cortaron mi ropa para revisar todo el pedo. Dejé ensangrentada la máquina de rayos X. Arranqué un pedazo de cama de una mordida cuando lavaron mi herida, porque el ojete del matasanos me dijo “vas a sentir como que te echan chile piquín” y yo sí sentí el chile… pero como si me lo estuvieran metiendo por el ano porque la Lidocaína me ardía hasta en las uñas. ¿Y qué no esa madre nomás surte efecto en las mucosas? ¡Médico ignorante!

Total que salí de ahí con cabestrillo, con una raspada en el brazo que me llegó hasta el hueso (se evaluó la posibilidad de injertarme nalga para reparar el tejido), un vendaje mal puesto, todo ardido y dolorido porque hasta eso, los méndigos no me recetaron chochos para calmar mis ganas de cortarme la mano. Puteadísimo, escribo estas líneas con una mano y una comezón de la reata. Si pensaban que jamás me subiría a una moto de nuevo… ¡Nel! Lo voy a hacer, en primera porque soy cabrón y en segunda porque en 10 años que llevo de manejarlas, es la primera vez que me pasa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si necesitas nalga para reparar tu tegido dañado, yo tengo mucha.

Jonathan Pardiñas dijo...

Insisto, y qué le pasó a la moto, que es lo que importa...