martes, 7 de mayo de 2013

Pueblo de porquería

Cual si fuera un narcoejecutado colgando del pescuezo, pero aún más desagradable, impresionante y traumático, se encuentra una manta colocada en un puente peatonal del centro de la delegación Xochimilco, mediante la cual se exhorta a la Secretaría de Turismo del DF a nombrar al pueblo de Santiago Tulyehualco como Barrio mágico, con el fin de atraer a mayor número de visitantes, tanto nacionales como extranjeros.

Yo la vi al circular por la avenida Prolongación División del Norte y casi me cago en las vestiduras de piel de mi coche del puro desconcierto de saber que alguien está tan tarado como para pensar que ese bache maloliente rodeado de ambulantaje y cercado por criminales puede ser atractivo para los turistas.

Si bien Tulye, como se le dice cariñosamente, es famoso por sus dulces y panes de amaranto, además de las nieves de sabores, también es conocido por ser una localidad que sirve de paradero apestoso de camiones humeantes, foco infeccioso de vendedores de cuanta porquería y fayuca exista en el mundo, lienzo interminable de grafiteros de poca monta y hoyo fonqui de malvivientes.

Qué tan cabrón estará ese paraje alejado de la mano del creador, que yo fui alumno de la secundaria diurna #44, Rosario Gutiérrez Eskildsen, donde aprendí a robarme chescos del camión de Jarritos cuando surtían las tiendas, rayar mi nombre con esmeril las ventanas de los micros, huir de la policía, brincar bardas de tres metros y a no besar prostitutas en la boca.

¡Chá!

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