jueves, 30 de mayo de 2013

Los chakas andan sueltos

A las siete sonó el despertador con la canción del Pollito pío, justo lo que necesita uno para levantarse con ganas de abrazar la vida y disfrutar el día. Después de quitarme las chinguiñas de los ojos y tirar el miedo por la taza, abrí la ventana para salir al balcón y recibir los rayos del sol, antes de comenzar una jornada más haciendo de este mundo un lugar mejor, cuando un extraño olor me embistió apenas respiré el ambiente matutino.

Era una combinación como de solvente con frutas tropicales lo que me llegó a la nariz, aroma que me cautivó pero al mismo tiempo me estupidizó un poco más de lo que usualmente estoy. Algo no estaba bien, el mundo estaba a punto de colapsar, pero no pude evitar sentir que las cosas se iban a poner peor.

Ese sentimiento, que es como un escalofrío que nace en la nuca, recorre la espalda y termina en el fondo de la cola, se confirmó cuando a lo lejos se escuchó con cada vez más estridencia el sonido de la música de reguetón en el aire, acompañada de una serie de gemidos que hacían eco en todos los edificios de alrededor, cual si fuera una orgía colectiva.

En ese momento lo supe y corrí hacia la calle, donde encontré mi coche sin espejos laterales y sin estéreo, estacionado junto a varios a los que les habían quitado los tapones. Miré alrededor y noté una abrumadora mayoría de adolescentes con mal corte de cabello circulando a bordo de motonetas pedorras. El apocalipsis ha llegado: ¡el Conalep está en huelga!

¡Chá!



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