lunes, 20 de mayo de 2013

Ave Marío

La vida, por lo menos la mía, no vale nada. Sin méritos personales que me hagan una mejor persona, sin aspiraciones, con los sueños destruidos y la moral en el suelo, debajo de la caca que impunemente acaba de dejar ese perro cuyo dueño es más puerco aún, lo único que espero, por lo que rezo y me hace levantarme por la mañana, es que el América sea campeón.

Debo admitirlo, me convertí en una de esas personas que como no han hecho nada que valga la pena, depositan su alma en los logros de desconocidos para sentirse ganadores, para tener el derecho de mirar a los demás hacia abajo, de creerse superiores, aunque valgan menos que este periódico pasado mañana, cuando ya esté en la pila del reciclaje, que paga 70 centavos el kilo.

El próximo domingo habrá motivos para sonreír o para llorar, para salir a la calle con el pecho en alto o para quedarse en casa consciente de que se es un mediocre que confió en el talento de alguien más, un desconocido que tal vez hace lo que hace sólo por dinero, pues el reconocimiento a su trabajo ya lo tiene seguro.

Quien gane salga campeón verá sus camisetas multiplicarse en las calles, cuyos portadores tienen el derecho de humillar a los demás escudándose en una bandera, aunque por dentro estén huecos. Seremos muchos los que orgullosos nos pasearemos sintiendo que la vida tiene sentido, que no hay motivo para suicidarse aún, que somos mejores que alguien sólo por el simple hecho de irle al América... o a Cruz Azul.

¡Chá!

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