viernes, 10 de mayo de 2013

Ay sí, mamá, mamá

Flores, una cena en un restaurante dos-dos, abrazos, besos, regalos, todo es felicidad en el Día de las madres. El Facebook se llenará hoy de fotografías de mamases con frases alabándolas, diciendo que son las mejores, que se han rifado y un sinfín de cosas, además de los mensajes de felicitación para aquellas que no sean demasiado ancianas para manejar la tecnología.

No diré que todos son una bola de pinches hipócritas por olvidarse de quien les dio la vida, para sólo recordarla un día al año y sólo porque así lo marca el calendario, porque eso lo digo todos los 10 de mayo. Tampoco mencionaré el hecho de que yo ignoro a la mía siempre, especialmente ese día, precisamente para no parecer un farsante más. Pero sí les digo una cosa: su madre no es la mejor del mundo.

La mía tiene un doctorado, dos maestrías y como 60 diplomados, es joven y guapa, además de ser una súper atleta. Se levanta a las cinco de la mañana a correr y hacer ejercicio, por las tardes hace yoga y nada, y cuando tiene chance le entra a la zumba, al jazz y a los gordobics. Cocina pocamadre, desde un arroz colorado hasta un pastel imposible. Hace quehacer y lidia con el difícil deber de hacer que los niños sean menos estúpidos, pues es maestra.

Tiene dos hijos que, por más que nos esforzamos, no nos le salimos del huacal. Ambos tenemos carreras universitarias, futuros prometedores (¡ayajá!), novias guapas, no nos drogamos, ni le vamos al Cruz Azul, lo cual habla muy bien de ella, más que de nosotros. Mi madre, aunque no es la mejor del mundo, puedo afirmar que es mejor que la de usted, querido lector, así que bájele a su 10 de mayo, que no tiene mucho que celebrar.

¡Uts!

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