martes, 20 de septiembre de 2011

Marabunta, día diez

Si en lo que me resta vida no vuelvo a ver un campesino, un indígena o un obrero resentido con la vida que le tocó, será poco tiempo. A 10 días de convivir con ellos y sus olores en un viaje a través del sur de la República Mexicana, siento que cada vez son menos las diferencias entre su inseguro servidor y los hippietecas que se escudan en el movimiento encabezado por Javier Sicilia; además de los hongos en las patas, ya también acostumbro llegar a todas partes a agandallar.

Se abren las puertas de los autobuses y 600 cabrones se dejan ir a reventar los baños de una gasolinera perdida en la sierra chiapaneca, cuya cafetería colapsa por una horda que está deseosa de un frapé sabor galleta a la orden de ya, porque la Caravana por la Paz tiene que partir a su siguiente función (como circo) y no hay cámara de seguridad que vigile los pasillos de la pequeña tienda de autoservicio de al lado, a la que no le quedó ni un cacahuatito para vender.

Sin embargo, cuando se trata de vandalizar plazas públicas en nombre de “la paz”, como ocurrió en Villahermosa, donde dejaron grafiteados los arcos del palacio de gobierno con monos propios de un niño de kínder o alguien que acaba de sufrir una lobotomía, yo me deslindo de ellos y hasta prefiero irme a escuchar el discurso oficial.

¡Seguimos reportando!

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