martes, 20 de septiembre de 2011

La llegada, día once

Al abrir los ojos y ver un cielo radiante en tonalidades de gris, con sus nubes mutantes ocultando el sol sobre un pavimento con más hoyos que la portería de Armando Navarrete, arquero del América, supe que estaba en casa, con sus policías color chingamelarretina entorpeciendo el de por sí caótico tránsito capitalino y la posibilidad de ser violado a bordo de un taxi en plena luz del día.

Como el Papa Juan Pablo II, besé el piso al bajarme del camión, luego de convivir durante semana y media con aquel sector de la población que acertadamente calificaba el doctor Jorge Lumbreras, politólogo y dios absoluto de la cumbia andina, como “los Chairos”; seres pertenecientes a una época diferente y a un razonamiento alternativo más allá de la comprensión lógica.

La primera y obligatoria parada fue en una farmacia, donde adquirí el antimicótico más potente permitido por la ciencia moderna, con el fin de desprenderme de todo hongo hippie en el cuerpo, producido por el hecho de compartir hasta la regadera con las violentas huestes del pacifista Javier Sicilia, en su Caravana por el sur del país.

Luego de un baño y una rasurada para quitarme una barba de gato montés con sarna, entendí que lo que no te mata es currículum y que puedo presumir de ser “corresponsal de paz”.

¡Hasta aquí el reporte!

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