jueves, 17 de enero de 2013

¡Quiero ser tu perra!

Chaparrita de ojos claros y dulces, más que una caricia materna, recorre las calles tapizando de miradas muertas bajo su andar, graciosa cual muñeca bailarina y tierna como la mirada del gato de Shrek, arrebata suspiros y despierta el deseo de quienes alcanzan a percibir el ambiente perfumado que deja a su paso. ¡Oh Dios maldito todopoderoso!, ¿por qué me hiciste hombre y me la pusiste enfrente sabiendo que nunca podré tenerla? ¡Mejor hazme reguetonero y mándame a Cuba!

Un instante volteó y esos segundos me bastaron para despegar las córneas de las bolsas traseras de sus ajustados pantalones, que se movían eróticamente al ritmo de su caminar, para darme cuenta que ese rostro de perfección le pertenecía a Sara Maldonado, la actriz que, gracias a su participación en la telenovela Clase 406, dio nombre a un cayo que tengo en mi mano derecha, que después me hizo amar esta profesión del periodismo en la serie El octavo mandamiento, y que además tuvo el descaro de salir en calzoncitos en la revista H para hombres. ¿Quién más?

Detrás de ella y a regañadientes, venía caminando un pequeño perro resistiéndose al jaloneo de la correa que esa belleza absoluta sujetaba con autoridad. ¡Oh puerca injusticia! ¿Quién se cree ese animal para negarse a andar al lado de la mujer que le da sentido a mi existencia? Esa bestia desgraciada no sabe que bien podría estar en una jaula en la procu acusado de homicidio, en lugar de en Polanco causando envidias a los seres humanos.

¡Chá!

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