lunes, 24 de octubre de 2011

Llamada de emergencia

Los primeros acordes de Sister Twisted de Kinky (la rola del comercial de “haz sándwich”) y el sonido de cientos de golpecitos sobre la superficie de madera de mi buró me hacen despertar un domingo a las tres de la mañana. Todavía me estaba saboreando los besos que me estaba dando la diputada Gabriela Cuevas, en uno de mis sueños más puercos, cuando la voz nerviosa en la llamada que entró a mi teléfono celular me hacía suponer una emergencia.

“¡Ayúdame!”, pedía con gritos que se me colaban entre las lagañas del cerebro. “¿Qué pasó? ¿Dónde estás?”, preguntaba yo nervioso al no encontrar explicación para tanto pánico. “No sé, venía yo por Insurgentes y al salir de la glorieta me metí en una calle que no era y ahora estoy rodeado de güeyes que están fajando en las banquetas y dentro de los demás coches. Es asqueroso, unos ya se están dando con todo y otros me están viendo y el tráfico está parado y otros vienen hacia mí, ahhhhhhhhh”, ahogó un grito en el tono de la línea al colgar abruptamente, dejándome en el vacío de la oscuridad con el pendiente colgado de los pelos de la nuca.

El mensaje del número Telcel no disponible desencadenó un escalofrío que recorrió mi espalda, desde la primera vértebra hasta el triángulo blanco en mi piel que se forma por la marca que deja la tanga cuando me asoleo. El pánico se incrementó cuando no encontré respuesta del 066, supuesto número de emergencia de la policía, cuya intervención era la única oportunidad de buscar a mi amigo Francisco Fernández Nolasco, de quien no volví a saber después de esa trágica noche.

¡Chá!

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