sábado, 30 de abril de 2011

Enviado a Londres

William besó a Kate de forma breve, fue casi un piquito de niño de primaria enamorado. Luego otro y después de decirse el “sí, acepto”, comenzó la celebración de lo que sería la boda del siglo (la de este año).

Al salir de la Abadía de Westminster, sobre la feliz pareja comenzó a caer una fina llovizna de arroz Morelos, misma que los acompañó hasta las puertas del Volkswagen Caribe convertible en el que partieron rumbo al palacio de Buckingham, cuyas calles aledañas ya habían sido cerradas con lonas amarillas sostenidas por largos tubos de fierro. Debajo, las mesas presumían arreglos de claveles blancos con flor de nube adentro de jarrones con corazones rojos hechos de fomi, cuyas iniciales “W y K” daban cuenta de la importancia del evento.

No fue sino hasta que el sonidero puso Payaso de Rodeo, que los asistentes inundaron la pista de baile, mientras al fondo los niños jugueteaban en un brincolín inflable que la Reina Isabel había dispuesto para que los infantes no molestaran durante el festejo.

Las carnitas estilo Michoacán y el arroz con nopales fueron del agrado de los presentes, sin embargo, la fiesta decayó cuando se acabó el Bacardí y después de la caída del Príncipe, quien descalzo fue soltado en el aire por sus amigos, cuando éstos lo aventaban hacia arriba.

¡Chá!

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