martes, 19 de abril de 2011

El pez caca

¡Kazaaaam!, retumba en muros, vidrios y columnas de las casas situadas en el cruce de Anaxágoras y Viaducto. El mundo se va a negros y sólo los esporádicos rayos iluminan el interior de la sala. Un grito femenino proveniente del baño rompe la monotonía del tic tac del reloj de la pared y el toc toc de las canicas de hielo arremetiendo contra el toldo de los coches en la calle.

“¿Qué te pasó ‘mija? ¿Estás bien?”, pregunta asustada la señora que trata de hallar el camino a tientas, para no tropezarse con los muebles invisibles en la penumbra. “¿Te caíste?”, insiste al encontrar silencio como respuesta, mientras desliza las manos por las paredes para descifrar la geografía de su propia casa.

“¡El agua, el agua!”, exclama la joven con voz desgarrada, señalando la fuente café en la que se ha convertido el blanco retrete de su domicilio, de donde emanan cuerpos de textura pastosa, mismos que parecen desintegrarse al contacto con la afelpada alfombra del lugar, que cede su suavidad y la convierte en un lodo pestilente.

Un nuevo tronido en el cielo y al encontrarse, las dos mujeres se abrazan temblando bajo la momentánea luz del rayo y ante la temible presencia en su hogar de la bestia acuática más terrorífica de todo el mundo mundial: ¡El pez caca!

¡Agh!

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