viernes, 25 de febrero de 2011

Reynosa

Minuto de silencio en memoria de los militares caídos en el cumplimiento de su deber durante la lucha contra el narcotráfico en México, y yo desmadrugado, temblando de frío y con los mocos a flor de piel en una base del Ejército en Reynosa, Tamaulipas, en medio de un centenar de soldados armados hasta las nalgas y ante la plana mayor del Poder Ejecutivo nacional.

Entonces se me vino a la mente la siguiente interrogante: “¿y qué pasaría si ahorita grito: chinga tu puta madre Calderón?”

Era el momento de trascender como lo hizo la chava que la semana pasada le reprochó el tema de la Supervía Poniente a Marcelo Ebrard durante una entrega de reconocimientos, o como Santiago González Osorio, alias el Roñas, quien se hiciera famoso a finales de 2005 por ponerle cuernos al entonces presidente Vicente Fox.

Ya me estaba armando de valor, cuando agarré la onda de que a la primera sílaba emitida en voz alta se me iban a dejar venir por lo menos 30 perros vestidos de camuflaje verde a meterme unos patines en las costillas con sus botas de casquillo, para despertar horas después con un clarinete de la banda de guerra ensartado en la cola y tirado en el basurero municipal.

No lo hice por todo eso y porque le tengo respeto a la envestidura presidencial y a mi trabajo. Pero ese viaje relámpago también me hizo tomar conciencia de otra cosa muy importante: hace muchos años, cuando andaba en la fuente policiaca, uno de mis primeras experiencias como reportero fue cubrir una balacera entre narcotraficantes allá por Tlalpan. Al llegar al lugar de los chingadazos, le pregunté a un compañero que qué había pasado, a lo que éste me respondió que el zeta dos ya se había catorceado… ¡Futamadre!

O sea, ¡el zeta dos ya se catorceó! Lo que en lenguaje común y corriente quiere decir que se ya murió un güey que antes estaba herido. Ejemplo que sirve para demostrar perfectamente que a veces los periodistas se mimetizan con la fuente de su información. Así les pasa a los de la nota roja y así también ocurre con los de la Presidencia de la República, porque son igual de mamones que el mismísimo Felipe Calderón.

Se sienten hechos a mano los cabrones y caminan como si sus pedos no olieran, sólo porque también viajan en el avión presidencial, olvidando por un momento que mientras el preciso llega por las noches a dormir a Los Pinos en sábanas de seda, esos pobres tienen que irse en metro hasta Ecatepec a meterse a una vecindad culera, en un catre apestoso y con una vieja toda guanga... bueno, también Felipe.

A cualquier evento donde está el patrón, esos güeyes llegan partiendo plaza y barriendo a la banda con la mirada, como si fueran ellos parte del gabinete, sin saber que en realidad sólo son una bola de huelemoles ojetes y advenedizos.

¡Malditos!

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