miércoles, 21 de julio de 2010

Narcoliteratura embotellada

La realidad del narcotráfico en el país no sólo es aquella que se plasma en las novelas de Elmer Mendoza o los libros periodísticos de Diego Osorno y José Reveles, llenas de narcocorridos, güeyes sombrerudos en trocas que echan bala, que viven en ranchotes y fuman mota, sino también aquella en la que una bola de mensos reggaetoneros sin nada mejor que hacer se vuelven importantes capos de la droga.

Ya lo decía el rector de la UNAM, José Narro, que los pinches chamacos sin qué hacer, también llamados “ninis”, son la materia prima del crimen organizado por su facilidad para engatuzarlos en las prácticas del negocio (yo vendría siendo un “nininí”, porque no estudio, ni trabajo, ni quiero).

Este nuevo escenario, muy naco por cierto, plagado de prófugos del News Divine con aires de grandeza, es reflejado ‘con madre’ (dirían los regios) en un libro que lleva por nombre Perra Brava, de Orfa Alarcón, el cual compré porque se anunciaba en los andenes del metro y me reventé en un viaje de dos horas en una combi de regreso de Coacalco, Estado de México, bajo una tormenta y sorteando la inundación en Tultitlán.

Ahí descubrí que el tráfico de la Ciudad de México es muy productivo; yo acabé una novela, una ñora que iba al lado ligó con el chofer, una enfermera tejió un suéter y creo que el baboso que iba enfrente hizo un millón de puntos en su tetris de celular.

En fin, el punto es que Perra Brava cuenta la historia de una chava que anda y se desvive por su novio; un narco de altos vuelos que le gusta repear al ritmo del Cártel de Santa, que trae un séquito de nacos reggaetoneros que a la primera jeta que les hagas te meten un plomazo entre ceja, oreja y madre.

Entonces, la chava ésta, niña bien de Monterrey al final de cuentas, tipo que se desarrolla en ese ambiente y se convierte poco a poco en una narcotraficante horrible sin deberla ni temerla, pero inconscientemente porque jamás deja de ser frágil y un tanto inocente… es básicamente una mensa con poder, vaya, que no es la Reina del Sur… ¡y qué bueno!

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