Mi San Valentín

Uno que quería pasarla dos dos durante el día de los nacos, que emitió la mínima cantidad de malaonda durante la jornada, que hasta respondió abrazos y recibió de buena gana los regalitos… pero nel, tenían que aplicarme esa de "ven a mi casa… no hay nadie", y cuando llegué a su casa ¿qué crees?... ¡no había nadie!... ¡PINCHE VIEJA!

Por eso, convoqué a una reunión urgente del Club de los Ojetes, que por la naturaleza misma de sus integrantes, estaban listos para salir a esparcir la culerés en el mundo. Atrás del volante de la troca, comando el convoy que se enfila sobre Reforma para hacer un cásting masivo a las prostitutas de Sullivan.

Levantamos dos, cuatro, seis, diez y luego ya no cabían ni en la Explorer, ni en el Mercedes, ni en la Navigator. Mientras tanto, el Bocho y la Tsubacca ya jalaban con otro cargamento de golfas importadas directamente de Tlalpan, todas reclutadas bajo minuciosa observancia del ojo clínico de aquellos experimentados catadores de las artes carnales, para que no se nos fuera a colar un lobo vestido de oveja.

Ya en el depa de mi valedor el psicotrópico (porque está bien loco y es acapulqueño… además de lo obvio, claro), el festejo del día privado del no-amor desencadenó los harinazos al por mayor. Con las güilas jugando Guitar Hero en bolas, dos de ellas trenzadas por el culo arrodilladas y a manera de banquito para que yo subiera las patas en sus espaldas mientras veía Die Hard en una televisión a lo lejos.

Entrada la noche, entre los miembros distinguidos del H. Club de los Ojetes, el ejército de pirujas y las viejas que después le cayeron, un cabrón estaba sentado en un sillón frente a mí, con su vista fija en la mía empezó a masturbarse con una desesperación encabronada que hasta me hizo pensar "no mames… se la va a arrancar". Y el güey dale y dale, y no apartaba sus ojos de los míos, tanto que pensé "ah cabrón, ¿no es un espejo?", violtié pa' bajo y nel… no era yo… ¡Qué viajezote!

AL final fue la misma mierda, igual de decadente, pero menos cursi.