lunes, 29 de abril de 2013

Erotismo de pesero

Fue su olor, a sándalo y mujer mal amada, lo que llamó mi atención y despegó mi concentración de las páginas de un libro puerco que compré con pena en el Sanborns que está frente a mi casa. Ese aroma a oportunidad inalcanzable llegó hasta a mí y eso que ella apenas estaba pagándole sus cinco pesos al chofer, que por el retrovisor descaradamente miró sus nalgas avanzar por el pasillo hasta sentarse a mi lado.

Debería estar prohibido que las mujeres así de guapas subieran a los peseros, pues su simple presencia alebresta a los hombres, incomoda a las mujeres y crea una tensión sexual en los espacios cerrados. Teniéndola junto a mí, esa atracción se convertía en un sudor que escurría a chorros de todos los poros de mi cuerpo que, como mis labios, querían posarse sobre cada centímetro de su anatomía.

Háblale, dile que la amas, que es lo más bello que te has topado en la vida desde aquella vez que te encontraste a Memo Ochoa en Perisur y acababas de comprar tu playera del América. Por lo menos voltéala a ver bien para contemplar el objeto de tu frustración de frente, deja de mirarla de reojo como si fuera el mosco que no te deja dormir en las noches, no seas homosexual, me dijo mi subconsciente.

La indecisión me duró media hora, y eso que yo bajaba a cinco minutos de la base. No sé si fue el impacto de tenerla tan cerca o las palabras de mi novela erótica, pero hubo una reacción física en mí que me impidió pedirle permiso para que me dejara bajar.

¡Chá!

1 comentario:

Anónimo dijo...

que gay te viste!!!