jueves, 28 de julio de 2011

Raíces equívocas

Sólo quería tomar una fotografía frontal de las personas que estaban danzando los tamborazos en el Zócalo, con la catedral de fondo entre el humo del copal y los turistas alrededor, como si el plantón del SME no existiera. Pero no contaba con que al poner un pie adentro del círculo de baile, un cabrón semi-encuerado con un penacho de plumas en la cabeza me lo iba a impedir con la frase “respeta nuestras tradiciones”.

“¿Tradiciones?”, me pregunté yo, analizando en mi cabeza que el pinche gordo chichón del taparrabos y maquillado como jaguar que me había prohibido transitar una plaza pública (la más grande del mundo) seguramente se llamaba Sánchez, Pérez o Rodríguez, y seguramente está bautizado, lo cual quiere decir que tiene de azteca lo que yo tengo de neurocirujano. Además del hecho de que gran parte de los ahí presentes se había inspirado en la película Avatar para maquillarse y bailar la música prehispánica, misma que no existe, pues no hay ningún registro que indique que esos ritmos se tocaban hace 600 años, como si en las crónicas de Fray Bernardino de Sahagún se incluyera también una guía de pasos, similar a la Macarena.

Y ahí estaban, con sus conchitas y su ropa de manta, sin saber que los antiguos aztecas no eran más que una bola de sádicos culeros que no pasaron de ser cazadores y recolectores.

¡Chá!


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