domingo, 17 de mayo de 2009

Diario de un variceloso 1

Aquel día, como muchos otros de ellos, iba con mucha hueva a trabajar, era viernes y había fiesta en la noche… dos de hecho.

Como a eso de las cuatro de la tarde me entraron ganas de una rascadota, en el brazo. Traía una especie de grano con agüita dentro. ¡Ah cabrón! Me dije. Porque tenía más en el otro. Después de tronar unas tres, cuatro de cada extremidad, mi curiosidad y el sentido arácnido me indicó que eso estaba más cabrón.

Después de una breve encuesta entre los compañeros, me entró la pinche duda de que eso podría ser alguna madre onda varicela, sarampión, escarlatina o un herpes mamón… o mamador. Para despejar dudas me revisé en la comodidad del baño y el espejo me dijo que esas madres ya las tenía en todo el cuerpo.

Por si las moscas, la jefa me mandó con el doctor Simi y ahí, la pinche botarga culera confirmó el diagnóstico: varicela-zoster, ese pinche virus maldito me había atacado. Lo peor fue que el culero del médico me dijo que me dio esa madre porque seguramente debo estar deprimido, al momento de oír esas palabras, una mentada de madre pasó por mi mente.

Al regresar a la estación, como si fuera un leproso me mandaron a mi casa. Dos semanas fuera sin pedos y en cuarentena. Eran las seis y como andaba de buen humor, decidí reaparecer en la vida pública y fui a casa de un valedor a empedarme, un six de barrilitos después, me lancé a la condesa para cumplir mi segundo compromiso.

A la mitad de ese vodka con jugo de uva, pinches nauseas, pinches mareos, chinguen a su madre, me largué de ahí. En el camino de regreso sentí que me iba a desmayar al volante, sentía ganas de guacarear y al llegar, literalmente me desmayé.

Al día siguiente, ya había chingado a su madre todo, más infectado no podría estar y por eso ahora estoy en cuarentena… saludos.

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