lunes, 26 de agosto de 2013

¡Rompí mi récord!

A las cuatro de la mañana ya estaba yo preparado físicamente y mentalizado a ganar, con la vista fija en la línea de meta y la idea de hacer que los malditos kenianos y etíopes comieran polvo a mi paso, después de años de dominar el Maratón Internacional de la Ciudad de México, que por tercera vez en mi vida corrí, logrando un récord de infamia.

Me levanté con la canción de Rocky, desayunando seis huevos crudos de un jalón y sin hacer gestos. Para aumentar mi rendimiento, la noche previa me rifé unos tacos de bistec con clembuterol y harta salsa, al fin que en el antidoping puedo argumentar que fueron las vacas locas las responsables de que me hayan crecido las nalgas como las de Ninel Conde de un día a otro.

Para cuando sonó el disparo de salida, yo me encontraba hasta enfrente del contingente, presumiendo mis nuevos tenis Nike Air Tarahumara, con la que todos me la súper pelarían, al tiempo de estar a las vivas de cualquier atentado terrorista, con eso de que a los mexicanos nos gusta imitar lo más peor del extranjero.

Sin embargo, a las dos cuadras de la salida, al incorporarme a Reforma con rumbo a La Villa, me hicieron efecto los huevos y los bisteces, con un retortijón que me hizo correr más rápido que Usaín Bolt con el Ku Klux Klan detrás, pero para buscar un baño. Lamentablemente el Sanborns más cercano estaba demasiado lejos y me terminé zurrando en plena ciclopista, con lo que batí mi marca de la peor carrera en mi vida.

¡Chá!

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