martes, 6 de agosto de 2013

Las patas de la araña

Sentía como un moco atorado, muy rebelde, empecinado y aferrado a mi nariz. Era una comezón maldita y desde afuera parecía que me quería rascar el cerebro. Por más que me escudriñaba, no podía sacarlo de ahí. Picaba, picaba mucho y no podía evitar la grotesca imagen de hacer cucharear mi dedo con tal de llegar a lo más recóndito de la fosa, por si a algo estuviera pegado ese pedazo de porquería salada.

No me importó que estuviera en una combi llena de gente que evitaba verme de frente pero veía de reojo cómo me practicaba una lobotomía con el índice. Después de un rato, un largo rato de incomodidad, me di cuenta que no era un moco seco lo que provocaba esa comezón molesta, sino un pelo que había crecido más de la cuenta y que asemejaba una araña curiosa que había dejado las patas afuera.

Sin más remedio, con mucha resignación y harta determinación, pepené el filamento por la punta y tiré de él de un solo movimiento violento, cuya reacción fue primero una sensación de alivio, seguido de un dolor punzante que se extendió hasta el hipotálamo de mi cerebro, después un ardor en toda la cara, que finalizó con una lágrima escurriendo por mi mejilla y un grito con patada incluida.

Lamentablemente, como ya había mencionado, iba yo en una combi repleta, entonces el madrazo se lo llevó una señora como de 70 años en la espinilla y el alarido de dolor provocó un enfrenón y derrapón que casi se traduce en una carambola a alta velocidad. Lloré.

¡Uts!

No hay comentarios.: