jueves, 11 de julio de 2013

Proxenetas de luto

Vestidos bastante más chicos que la panza que se cargan, las chichis caídas y las nalgas sumidas, pintadas de la cara como puerta de pulkata de la colonia Clavería, con un chicle sin sabor en el hocico desde hace tres días, el pelo alisado a lengüetazos y sobre unos tacones que sólo acentúan su condición, es fácil reconocer a las prostitutas en la Ciudad de México, sobre todo si están paradas en una esquina en Tlalpan, Nuevo León, Circunvalación o Sullivan.

No es complicado saber dónde está la diversión callejera barata con chancro incluido, porque eso se nota desde kilómetros a la distancia. Las que son caras, dicen, se te acercan solitas en los antros nais o te las recomiendan vía tarjeta de presentación perfumada, dicen. Sin embargo, con los prostitutos la cosa cambia.

¿Cómo poder distinguir a un bato que vende su cuerpo de uno que sólo es naco y le gusta salir de noche? Ahí está el problema, que en el DF la cultura del gigoló está muy poco arraigada, tanto así que para buscarse un chavo no hay lugares tan definidos como con las mujeres (no es que yo quiera hacerlo).

Si ves a un morro, creyéndose el muy mamado, con su playera pegadita y pantalones embarrados, maquillado, con zapato farol y parado en una esquina sacando la cola, puedes no darte cuenta que es un prostituto y confundirlo con un chaka reguetonero genérico. Por eso luego los atropeyan, como a los tres que se llevaron de corbata la madrugada de ayer en Zaragoza.

¡Chá!

No hay comentarios.: