lunes, 8 de julio de 2013

Los diarios del chimeco

Camión urbano de Ecatepec al Metro El Rosario. ¡Ya valió madre!, dije desde que me subí, al ver que casi todas las ventanas estaban cubiertas con un plástico negro, a manera de polarizado, pero que no era traslúcido, es decir, que oscurecía toda la unidad y preparaba el escenario perfecto para que se suban unos ñeros a asaltar a los pasajeros y violar al chofer, con todo y su cacharpo.

Ahí venía yo con mis pensamientos alegres, cuando a los dos minutos se treparon dos batos que a leguas se veía que acababan de salir del reclusorio, y no por la puerta principal. Pantalón cholo, cicatrices en el cuerpo, tatuajes mal hechos y con faltas de ortografía, además de mochilas en las que bien podrían llevarse todas nuestras pertenencias, comenzaron los tipos a tirar el choro de "no le quiero robar, pero cáigase con cinco varos a cambio de estos chocolates con plomo”. Y yo, como no quiero ser una estadística, les compré cuatro y hasta me los comí frente a ellos con cara de que estuvieran buenos y no supieran a tierra, como en realidad sabían. ¡Gracias güero!, todavía me dijo uno.

Sin embargo, cuando los chakas se bajaron comenzó el real peligro, pues era un camión viejo con la suspensión deshecha, que provocaba que a cada bache o tope mi coxis se diera de lleno con la tabla del asiento, ya sin hule espuma, deshaciendo mi columna y aplanándome las nalgas. Al final, lo que más me dio miedo fue la calcomanía de "Coquetos" que traía pegada al fondo.

¡Chá!

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