lunes, 25 de marzo de 2013

En esta primavera

Enemigo de los clichés, me negué hasta que no pude más y tuve que aceparlo: la primavera pone bien cachondos a todos, incluyéndome a mí. Faldas cortas, shorts hechos de pantalones viejos recortados, blusas que se transparentan, sudor escurriendo por el cuello hasta acumularse en el valle erótico que se forma entre los senos de las mujeres, que al condensarse forman una humedad fría que endurece pezones y atormentan mi alma abstemia.

¡Oh Dios todo rencoroso! ¿Por qué me haces esto a mí, el más chaqueto de tus hijos? Uno no puede caminar por la calle de forma casual sin toparse con el paso hipnótico de un par de glúteos bien formados que sobresalen con su andar rítmico por sobre la tela de un vestido vaporoso, que hacen que la vista no se concentre en nada más que en aquel ir y venir de carne divina ejercitando el músculo del amor... ¡ay qué mamón!

De repente todas están guapas, la que toma el café en la panadería de la esquina, la que se sube al pesero en viaducto, la que se sienta en la banca de enfrente en el Metro, la que atiende el mostrador de la tienda de ropa de Perisur, la que hace las chapatas en el paradero de Taxqueña y, sobre todo, la que cobra las rentas en la tienda de los videojuegos.

Y uno ahí va de estúpido, tras una y tras otra, fajándotelas con la mirada creyéndolas inalcanzables, sin saber que es el efecto de las feromonas que florecen en el ambiente con la vegetación chilanga, que hacen de la más araña algo ligeramente deseable.

¡Chá!

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