martes, 5 de marzo de 2013

Pasión futbolera

A la salida del Azteca, sobre Avenida del Iman, un microbús rodaba furioso entre el tráfico, cargado de decenas de güeyes con playeras azules y el rostro rojo de coraje, al ver a su equipo sodomizado en la cancha por Cristian el Chucho Benítez. Un Jetta negro con banderas amarillas saliendo por las ventanas se empareja y los del pesero comienzan el recital de mentadas. Uno de ellos amaga con bajarse, pero sólo es distracción para que los celestes que van caminando del otro lado aprovechen, les quiten los blasones y los rompan de frustración.

10 metros adelante, al tipo que acaba de ver los colores de su equipo mancillados, pese a la victoria, no se queda con las ganas, se baja del auto y confronta a su agresor, sin saber que está rodeado de la porra visitante. Se abre la gente que va caminando, una señora se espanta, yo me subo el cierre de la chamarra para evitar que se vea el escudo de mi playera (¡qué puto, la verdad!) y cae el primer golpe, seguido de 15 más, en lo que ya es una masacre.

El crema con el 10 y el nombre S. Cabañas en la espalda queda tirado en el piso recibiendo las últimas 22 patadas en las costillas, gracias a la oportunísima intervención de un policía de tránsito que casi les pide a los de la máquina que por favor no maten al chavo. Una ruca, posiblemente mamá del hoy madreado, le grita al de fosforescente que es un pendejo y un marica por no intervenir a tiempo, a pesar de que estaba a cinco metros viendo todo.

Las personas son tan fanáticas de un equipo como para agarrarse a golpes en plena calle sólo porque carecen de victorias y méritos propios que los hagan defenderse a sí mismos como lo hacen con los colores de un equipo, es decir, que hay quienes se definen primero como hinchas y después como individuos.

Una victoria del América, Chivas, Pumas o el equipo que sea significa una victoria personal en la vida de ese tipo de güeyes, cuya mediocridad es tanta que sienten que si ganan los once de la cancha lo hacen ellos también y viceversa. Es decir, en su mente piensan: "tengo 35 años, estoy desempleado, vivo con mi mamá, no me pela una vieja, la tengo chiquita y me está saliendo un tumor en la cola, pero al menos le voy al mejor club del país y por eso soy mejor que tú".

Y para un país lleno de frustrados, es obvio que se van a desatar los chingazos, que son, en un mundo civilizado, la última forma de mostrar superioridad, sobre todo cuando los que juegan en la cancha fallan.

¡Chá!

No hay comentarios.: