lunes, 6 de agosto de 2012

El gentleman de Coapa

Nada, nada, nada, nada. ¡Chingadamadre! Sábado de vacaciones de verano. Seis de la tarde. Ese lugar alejado de la mano del Señor en el sur de la ciudad, donde la gente se consuela sabiéndose aún parte de la civilización estando en la frontera con lo rural, llamado Villa Coapa. Estacionamiento de centro comercial atascado y las placas de los automóviles cómodamente estacionados se burlan de mi incapacidad de encontrar un lugar disponible.

¡Ya!, me voy a clavar en uno para discapacitados, porque soy un conductor con capacidades diferentes. Cinco, diez, quince minutos dando vueltas por todo el lugar, subiendo y bajando, vigilando a los que salen de la plaza con bolsas para ver a qué vehículo se suben para poder apañarme ese rincón, por alejado que se encuentre de donde voy a comprar un mísero regalito culero para un cumpleaños. ¡Y nada!

De repente, una luz me indica el camino, es la reversa de un auto que está a punto de largarse. Pero el güey que viene en frente de mí, que también llevaba un rato dando vueltas, que ya se había pasado de frente y que está desesperado, me disputa el lugar impidiéndome ocupar el sitio. Ninguno de los dos puede entrar, por lo que se baja a hacérmela de pedo a punta de mentadas de madre y amenazas de muerte.

– ¿Qué te pasa cabrón? – ¬¬, me preguntó a gritos un señorcito medio pelón al bajarse de su camioneta, que estaba igual de jodida que la mía, pero era roja, para reclamarme el que pretendiera estacionarme en un lugar que decía pertenecerle por derecho divino a él, pese a que tuvo que aventarse el reversazo ñero para evitar que yo me clavara de forma natural.

– ¿Qué me pasa de qué? – respondí inocentemente poniendo mi cara de güey (como si tuviera otra), sorprendido de la violencia de un cabrón que claramente estaba desesperado al no encontrar estacionamiento en Galerías Coapa, ese lugar que se ha de llevar la chingada cuando llegue el día del juicio final.

– ¡No sabes con quién te estás metiendo, pendejo!, me amenazó poniendo jeta de malo al señalarme con su dedo índice y manoteando en el aire, advirtiéndome que me iba a partir mi madre si no me quitaba de su espacio.

Con toda la calma del mundo traté de explicarle que ya se había pasado, que no me iba a mover y que él tampoco sabía con quién se estaba metiendo, aunque no pensara sodomizarlo con su propio pene, pese a ser yo un bato de 1.80 metros de alto, súper mamado, entrenado en las fuerzas especiales del ejército israelí, luchador profesional y capaz de mearlo a varios metros de distancia…

Ya estaban a punto de hacerse los chingadazos con el ruco ese que me reclamaba el lugar que yo pretendía ocupar en el atascado estacionamiento de Galerías Coapa, pese a que mi nivel encabronado de relajación me impidió reaccionar literalmente a vergazos al ver que el tipo golpeó el toldo de mi vehículo, cuando del lado del pasajero de su troca se bajó la esposa.

Al verla, supe que por ser mujer iba a tomar una postura conciliadora y serena, que le iba a decir: “vente gordo, no hagas corajes, el joven te ganó el lugar a la buena, mejor déjalo antes de que se baje y te reviente el hocico usando sólo su dedo pulgar, qué no ves que está muy fuerte y muy guapo y tú eres un pobre estúpido frustrado sexualmente que trata de desquitar su impotencia a lo menso. Ya lo decía mi madre, que además de imbécil y pobre, tenías el pito chico”… ¡Pero no!

La pinche vieja maldita hijadesupinchemadre también se abalanzó hacia mí para exigirme, con tronido de dedos y toda la cosa, que me moviera para que ellos pudieran estacionarse, antes de que su marido me matara a golpes, porque, tal como lo había dicho el susodicho anteriormente, “no sabía con quién me estaba metiendo”. Ante tal amenaza, una vez más mostré mi amplia sonrisa, provocando que ambos se cagaran para adentro.

El güey ese, junto a su esposa y sus dos hijos, estaba dispuesto a bajarme del coche a punta de madrazos, sólo para adueñarse del espacio que yo pretendía ocupar en el estacionamiento de Galerías Coapa. La inminencia de la violencia se presentaba a pesar de la vigilancia policiaca y los sistemas de circuito cerrado. La vi tan cerca, que ya de plano le dije que si me iba a reventar el hocico, me dijera antes su nombre, digo, para despejar esa duda de “tú no sabes con quién te estás metiendo”.

Ya me iba yo a bajar a mearlo, cuando vi que metros más adelante se liberaba otro lugar, que nadie más ocuparía porque nuestro pleito había parado a los demás vehículos detrás de nosotros. Para evitar un derramamiento inútil de sangre, sobre todo la mía, seguí mi camino con una sonrisa en la cara, que el tipo prometió borrar a patadas, porque, una vez más, “no sabía con quién me metía”

Afortunadamente el oficio periodístico me permitió un par de días después saber que quien me iba a matar a cabronazos responde al nombre de Amado Armenta Guerrero, quien tiene una Jeep Patriot roja 2008, placas 706 VXL, que vive en la CTM Culhuacán y no tiene influencia, poder o talento alguno. Es decir, que qué pinche oso me hubiera dado ser madreado por un pobre cabrón cualquiera.

¡Chá!

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