martes, 21 de agosto de 2012

¡Ay qué hombre soy!

Palomas (porque los diminutivos son de jotos) con harto limón y medio litro salsa, un jocho sin salchicha (para que no piense mal la gente), un vaso de puros hielos para mascar (porque el refresco calientito es para homosexuales), dos pirujotas a un lado y unas tortas de milanesa con quesillo del puesto de afuera del cine: el combo perfecto para ver Los indestructibles 2.

“Me da dos refrescos”, le pido al monito chaqueto que atiende la dulcería. “¿Familiares?”, me pregunta el morro. “¡No!, son prostitutas, pero tienen sed”, le respondo (Tucutum psss). Empieza la película y a los cinco minutos, Stallone, Schwarzenegger, Van Damme, Willis, Lundgren, Li, Statham, Norris, el negro y el otro ya mataron más gente que en todo el sexenio de Felipe Calderón. Con tantas explosiones, balazos y persecuciones de testosterona pura ¡ya me estaban saliendo pelos hasta en los ojos!

Pudo incomodar a mucha gente, pero era necesario tener sexo adentro de la sala y así lo hice, porque en ese cine ubicado justo adentro del Bazar Pericoapa quién tendría la moral suficiente para reclamarme algo, si esa misma película la estaban vendiendo en versión pirata ahí en los puestos y más cara que el boleto que pagué, y eso que no tengo la tarjeta de descuento del súper cliente mamalón.

¡Uts!

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