martes, 1 de mayo de 2012

Chin chin, mocos mocos

La noche era nocturna (tamborazos pum-pum-púm). La calle fría y mal iluminada. Eran como las tres de la mañana cuando mis pies comenzaron a chorrear líquido de transmisión. O pudo ser que ya me había meado encima. Mi cama lucía distante aún a lo lejos sobre avenida Universidad y mis ojos se negaban a permanecer abiertos o enfocados en otra cosa que no fueran las chichis de un anuncio espectacular de lencería en lo alto de un edificio.

Con el caminar arrastrado y cabisbajeado, lo que resta de mi humanidad fue iluminada por las luces de un automóvil que estuvo a punto de convertirme en una mancha de whiskey, caca y semen sobre la banqueta. Chingatumadre, reclamé a aquel amante del cine de medianoche que quemó balatas al oír mi verso al salir de esa plaza comercial cuyo nombre no diré pero éste empieza con “Pabellón” y termina con “Del Valle”.

Del vehículo descendió un ser con capacidades diferentes (quelellaman-queledicen), a juzgar por su metro y medio de estatura y una panza más grande que mi ego, con sudadera azul con rayas blancas y rojas en el abdomen y en el pecho una estrella, además de capucha con antifaz y alitas en las sienes, a hacérmela de queso de puerco.

Mira pinchi Capitán Tlanepantla, le dije mientras le metía un cabezazo que lo dejó tumbado y floreado en el pavimento, antes de que pudiera sacar su escudo de poder o el bastón del volante, en su defecto, para reventarme la madre como buen superhéroe que es. Antes de que se levantara, aproveché la urgencia para descargar las frustraciones de mi vejiga sobre su marrana humanidad, con la moraleja implicitita de que no por vestir como los personajes de la película que acabas de ver vas a poder sacudírtela en la cara de quien quieras. Por eso aproveché para llevarme su coche y llegar más rápido a jetear.

¡Guac!

No hay comentarios.: