Corría el año
2010. Era enero todavía y hacía frío, según puedo recordar por la erección de
mis pezones en una foto mental que guardo del momento. La euforia previa al
mundial comenzaba a desbordarse y yo presumía el ser de los pocos que compraron
la camiseta negra de la Selección Nacional antes de que se agotara en las
tiendas. En ese entonces, el hecho de ostentarme como una celebridad de la
radio nocturna, sin contar con que estaba yo completamente drogado, me permitía
perrear con soltura en los congales de esta ciudad, sintiéndome una versión
mejorada de Pedro Weber Chatanuga.
Entonces ahí
estaba yo, en algún antro pirrurris de
Santa Fe al cual fui a caer por obra de esa larga colección de malas
influencias a la que llamo amigos. Parada junto a la barra del bar, esperando a
alguien más con la mirada impaciente, ella escaneaba por sobre las cabezas de la
multitud ayudada de sus tacones de 27 centímetros con plataforma, diseñados
científicamente para parar nalga y remarcar esa curvatura de su baja espalda, presumiendo
con un escote similar al que volvió loco a Gabriel
Quadri.
Era ella, la musa
que desde el domingo por las noches ha inspirado miles de chamarras en el país:
Julia Orayen, la edecán del debate,
cuyo nombre desconocí por más de dos años hasta ahora que su fama se desbordó
por la abertura frontal de su vestido blanco.
“Le baila”, pregunté hablándole de usté para demostrar
cierto respeto. “No, me entra justo”, me mandó a la chingada.
¡Chá!
martes, 8 de mayo de 2012
Yo la vi primero
Posteado por Mario Manterola a las 5:32 p.m.
Etiquetas: Crónicas del Mama Mía, DiarioBasta, L'otrodía, Nalgas
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