jueves, 15 de diciembre de 2011

Descanse en paz

El recuerdo más antiguo que tengo en mi atrofiada memoria es haber estado en mi andadera, bajo el cuidado de mi tía Anita (así le decía yo), jugando en un corredor para luego correr a todo lo que mis zambas patitas daban rumbo a una escalera, de la que caí de frente y cuyos escalones dejaron una cicatriz y un chipote que aún conservo en mi cabeza.

De esa, la primera de tantas heridas que tuve en mi infancia, decía mi tía que me harían fuerte si es que no me mataban, porque fueron varias las veces que me le caí por escaparme a su vigilancia, misma que estaba enfocada en mayor proporción a su tejido, por eso es que a mis veintitantos años tengo ya achaques y el cuerpo me truena todo.

Por culpa de su comida es que ahora rehúyo a las tortillas y odio los nopales, a pesar de que nací en la delegación Milpa Alta. También es su casa responsable de mi temor a la oscuridad y mi desagrado por los espacios abiertos. Sin embargo ella fue la que me cuidó cuando nadie más tenía tiempo de hacerlo, la que me atendió cuando me enfermaba (que era a cada rato) y a la que en gran parte le debo lo que ahora soy, aunque no haya mucho que presumir.

La mañana de este miércoles falleció Ana María Salcedo Pacheco, mi segunda madre, a quien ya no pude decirle adiós por haber madurado (quesque) lejos de ella.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bonito texto Mario!