jueves, 16 de septiembre de 2010

Una loca película albina

Hace muchos años ya, era yo un maldito acosador, casi como Rose, la vecina de Charlie Sheen en Two And a Half Men, pero con una… (¿cómo le diré para que se oiga tantito elegante?)… ¡pus una nalga! que iba en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM una generación más abajo que yo.

Era una güera fabulosa a la que yo le tomaba fotografías todo el tiempo, escondido casi siempre entre los arbolitos. Le sabía sus horarios, amistades, costumbres, gustos y hasta medidas. Es más, intenté atentar contra la vida del entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal, Alejandro Encinas, porque el estúpido de su hijo andaba con ella.

Dejé de ir a la escuela y me calmé un poquito, pero como la muy méndiga es actriz y modelo y sale todo el tiempo de comerciales de cosas horribles como geles vaginales, medicinas para verrugas o congeladas callejeras de tres pesos, pues todavía guardaba un poco de esa obsesión asesina por poseerla.

Hace un año salió una película en la que ella era parte del elenco y me la perdí. Contrario a lo que se podría pensar, no fui ni a la premier, ni al estreno, ni me acerqué a las salas de cine a asomarme tantito, ya ni me acuerdo por qué. Pero mi maldita enfermedad y la mentalidad adolescente que aún cargo conmigo me llevaron hasta el Blockbuster a rentarla, a pesar de que a todas luces parecía una mentada de madre de algún subnormal con presupuesto y ego suficientes para estudiar la carrera de cinematografía… si es que estudio.

Juegos inocentes es la peor basura del universo, del tamaño de Así del Precipicio o cualquiera de Fernando Sariñana. Cuando la estaba viendo me dieron ganas de pararme y salir corriendo pero luego me di cuenta de que estaba yo en mi propia casa y me la tuve que chutar entera, porque aparte no tenía otra cosa que hacer.

Está plagada de lugares comunes de adolescentes babosos; la chica virgen, el güey que se la quiere tirar, el menso al que todos odian, el que es súper drogado y extremo, la piruja; la casa en Cuernavaca, fiesta en la alberca, el muerto, el accidente; la peda, los juegos de besos, las grabaciones y demás tarugadas copiadas de American Pie.

El guionista es un imbécil de lo peor que merece que lo apedreen en una plaza pública encuerado, porque el idiota no conoce la geografía del estado de Morelos, ya que se muere un bato en Cuernavaca y a los cinco minutos lo quieren ir a tirar a Tepoztlán, que está como a una hora de distancia y los arrestan unos policías municipales de Cuerna… o sea ¿cómo?

Ahora, yo nunca había visto sangrar a alguien en color morado ¿pus qué tiene frambuesa en las venas? ¿Cómo puedes volcar y casi matarte en una cuatrimoto con motor de 100 cc? ¿Qué hacía un bat firmado por Babe Ruth paradito en una esquina de una casa de campo pedorra? ¡Chales!

El error (o la estupidez) más grande está en el póster de la película, el cual forma la imagen de una carita feliz con drogas, pero las mentadas drogas jamás son la causa de lo que le pasa al grupo de tarados que se van de fin de semana, sino su propia pendejez la que les termina arruinando la vida.

En fin, Paola Galina, ya no soy tu fans.

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