viernes, 30 de octubre de 2009

Confesiones vampiras

Los vampiros están de moda. Y no de ahorita, no tiene nada que ver el éxito de las novelas de Stephenie Meyer sobre sexys chupasangre adolescentes cuyo peinado ya me piratié… ¡Nel!

El vampiro es considerado históricamente como un símbolo de lo “cool”; son inmortales, más fuertes, en la mayoría de los casos más guapos, más ricos (de las bondades de vivir pa’ coleccionar porquerías); más sofisticados y un largo etcétera, por lo que no descarto que también vivan bien lejos.

En la vida real, las cosas no son así, porque desde hace algún tiempo me he convertido en uno de ellos, por lo menos en el rubro de la vida nocturna y el repudio a la luz del sol, ya que soy oficialmente el velador de la noticia, candelero del imprevisto y guardia atento de la tragedia (ay qué mamón)… ni así remotamente mejor que un humano promedio.

Azares puñeteros de la vida me hicieron terminar frente a un micrófono leyendo noticias que, admitámoslo, nadie escucha durante las madrugadas. Lo cual me tiene al borde de la locura, sumido en la depresión, en el enojo constante y a dos pasos del suicidio en muchas formas.

Creo que voy a tirar la toalla, no porque me haya cansado de seguir peleando por mi sueño, sino porque ya ni siquiera sé cuál es, ni tengo ganas de descubrirlo. He perdido la emoción por vivir en este negocio, porque por más que me he esforzado, no lo he logrado y ahora ya ni tratar quiero.

Hace algunos años, sentí que lo tenía, que yo estaba hecho para este ‘bisne, que me marchitaría y moriría como una flor (Simpson, Lisa. 1992) si no me dedicaba a esto, pero después de arruinar todas y cada una de las oportunidades que se me presentaron en la vida, sé que ese “talento” que tanto presumí nunca existió.

Avancé rápido y superé etapas muy fácilmente, logré destacar entre muchos otros que como yo lo intentaron (pobres de ellos), pero algo pasó que en el momento de la verdad siempre me quedé corto, falta de capacidad supongo yo.

El hecho de levantarme todos los días, o tardes en este caso, y no tener ganas de hacer nada, ni siquiera de esforzarme o aprovechar el tiempo libre que tengo para demostrar que puedo por mi cuenta, para así proponer algo novedoso y mamadas de esas que mucha gente me aplaude y pide siempre, me hace sentir miserable.

Me siento relegado, en el tope de mis capacidades, las cuales son muy pocas por lo visto. Con las metas fijadas todavía muy lejos y con demasiada edad como para seguir picando piedra e intentar desde abajo. Creo que eso también gracias a que soy bien mamón.

Mi único sueño en la vida, según recuerdo, es y ha sido contar historias, que la gente me lea o me oiga, ver mi nombre publicado en un periódico, aunque sea en una nota pitera debajo de una esquela; narrar y describir al mundo a través de mis palabras y que eso se quede en las mentes y en la historia.

No lo he logrado, o sí, pero brevemente y al parecer no trascendió más allá. Eso, aunado a la frustración de no completar proyectos mayores o regresar a intentar hacer bien mi trabajo soñado es lo que me tiene sintiéndome poco menos que caca; se me han cerrado las puertas porque no hay referencias positivas de que yo sea el elegido.

Sentado en esta máquina de la redacción a las tres de la mañana, tecleando estas líneas, totalmente solo, habiéndome perdido quién sabe qué tantas cosas por güey, extrañando a mis amigos, debo confesar que tengo ganas de llorar porque por mi cabeza corre la idea de renunciar a mi sueño.

Los quiero.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Los quiero desaforadamente!!! jajajajaja