martes, 27 de octubre de 2009

Ciencia del amor (parte 2.05)

“El amor y el enamoramiento son dos cosas muy distintas. De hecho, son opuestos. El amor es la ausencia de ego, mientras que el enamoramiento es un viaje de ego desmedido. Si uno está enamorado de alguien, lo que ve en ese alguien es un reflejo de sí mismo. De sus gustos y de sus anhelos. De lo que le gustaría ser, del paraíso que perdió en la infancia. Entonces, es absolutamente incorrecto que un enamorado le diga ‘te amo’ al objeto de su enamoramiento. Hasta podría afirmarse que no tiene derecho a decirlo sino hasta que el enamoramiento –que, por otro lado, no dura más de un año- se haya terminado. Entonces, y sólo entonces, se puede decir ‘te amo’” (Zurita, Sergio 2004)

Estados emocionales el ser humano tiene varios (¡ah chingá! ¿desde cuándo hablo como el maestro Yoda?); puede estar contento, triste, enojado, enamorado, etcétera. Cada uno de ellos tiene sus diferentes ramificaciones, por ejemplo, en cuanto a alegría uno puede andar desde “satisfecho”, “de buenas”, “campechano”, pasando por el clásico “jubiloso”, hasta llegar al “ya me puedo morir después de esto”.

Es en el ámbito sentimental en el que aquí su humilde ociólogo horroris causa con posgrado en Tlanepancla edomex ha enfocado sus debrayes, encontrando a través de su estudio concienzudo (como siempre) la amplia variedad de sub estados que encierra el enamoramiento, el cual comienza en el “¡ah cabrón!” y culmina, como ya lo decía el maestro Zurita en “te amo”.

Toda relación sentimental y de pareja, sea establecida por ambas partes o una simple aspiración chaquetera unilateral, inicia con una leve atracción hacia el otro, misma que dependiendo de cómo actúe el sujeto en cuestión, puede pasar por varios estados hasta llegar al sentimiento (me prestas) máximo.

En palabras fáciles, cuando te fijas en alguien lo primero que notas es el físico o la personalidad y dependiendo de cómo te muevas es que esa calentura llegue o no a algo serio. En el transcurso del camino se atraviesan distintas fases que obedecen mucho del grado de atracción/coincidencia que haiga entre los dos involucrados, es entonces que se puede llegar a la cumbre del erotismo (por así decirlo).

En entregas pasadas he definido la etapa “de nalgas” (que para mi mala suerte creo que es de aquellas que borré tras un ataque de mea (da) culpa), por lo que ahora precisaré el siguiente escalón en el enamoramiento llamado “enculamiento”.

El enculamiento agudiza y radicaliza el proceder del sujeto, porque estar “enculado” implica no sólo afirmaciones supositorias, sino negaciones chaqueteras y marihuaciones cósmicas.

Estar enculado consiste en no sólo ser un pendejo a causa del objeto del deseo, sino además en vivir en un constante estado de paranoia por él, es decir, se vive y se muere por la otra persona en cuestión. Como su nombre lo dice, es estar a merced inconciente... aflojar el culo sin petición anticipada (¡futa qué elegante!).

Ejemplificando, el enculado actúa sólo bajo la premisa de qué pensará y qué dirá el/la otra/otro y se la pasa suponiendo cómo reaccionará éste. Además claro del constante delirio de suponer siempre lo que piensa de uno; si ya no lo quiere, si ya no le importa, si está con alguien más, casi siempre en tonalidades negativas.

Sin embargo, el estado de enculamiento es sólo temporal ya que éste se elimina automáticamente después de un corto periodo que transcurre en lo que ambos descubren torpemente que a pesar de tantas teorías de conspiración, traición y abandono, nada pasa en realidad.

Bendiciones de ser un maldito insensible, creo.

2 comentarios:

Jonathan Pardiñas dijo...

Gracias, la explicación llegó cuando más enculado estaba. Y me hizo recordar las etapas. Gracias... jajaja. Eso del amor te está quitando la gracia, pero te hace medio buen consejero.

Thought trotter dijo...

Tu sentido del humor es genial, mi querido Maradona.