domingo, 13 de diciembre de 2015

¡Virgencita plis!

Sin nada más que hacer que desgastarme las cutículas escarbando la epidermis de mi escroto, consciente de que ya estoy bien pinche marrano por ir a hacer guacamole con el culo todos los días a una oficina por turnos de hasta 14 horas y harto de la programación del Netflix, sentí como un vientecito coqueto me sopló en el rostro haciendo volar mis largas matas sebosas y lo interpreté como una inequívoca señal divina para hacer periodismo mamalón.

Tomé mi bicicleta de 50 mil varos, como la que le robaron al embajador alemán el otro día, esa que hasta quemacocos y rayaquesos trae integrado y me dije a mí mismo: ¡chinguesumadre vámonos a La Villa!, porque era viernes 12 de diciembre y los milagros son posibles, porque si alguien podía sacarme del hartazgo de mi vida esa era la Virgen de Guadalupe, esa que concede deseos a cambio de sangre en las rodillas y el humo de millones de cohetes tronando en el cielo.

Una mochila con agua, cámara, un suéter y una playera limpia fue todo lo que cargué antes de lanzarme al suicidio guadalupano. Y así salí de mi colonia, me integré a una avenida principal en la que había decenas de personas caminando con cuadros a sus espaldas, caravanas de ciclistas y camiones repletos de fieles ansiosos por llegar a agradecerle cosas que su capacidad individual no pudo lograr.

Me sentía muy nalga rebasando ñeros bicitaxistas en mi súper rila de aluminio ligero y elementos de competencia, cuando como a las cinco cuadras sentí cómo un leve ardor que se incrementaba subió de mis pantorrillas a los muslos, al tiempo que un sudor espeso bajaba de mi frente y nublaba mi visión, obligándome a bajar la velocidad considerablemente.

Dos cuadras después, mi culo estaba totalmente reventado por el esfuerzo y el roce del asiento, diseñado para las firmes nalgas de un ciclista experimentado y no para mi trasero desparramado con forma del sofá en el que voy a tirar mi vida en los días de asueto. Parado con la lengua de fuera de las ganas de guacarear, determiné que la Vírgen de Guadalupe ni es tan milagrosa ni yo tan creyente, porque además qué chingá iba yo a hacer rodeado de tanto mugroso-tlaxcalteca-culero con los que, aparte, debería pasar la noche y despertar cantando las mañanitas.

Por eso me regresé a mi sala a seguir viendo algo que seguramente me mató neuronas y unos cuantos espermatozoides.

¡Chá!

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