sábado, 19 de diciembre de 2015

Taaa tann tara tataa ta tara ta taaaaaaan

Aún si desde el tráiler nos hubieran dicho que el malo Kylo Ren era hijo de Han Solo y Leia, y que en algún momento iba a tener que matar a su padre; que Luke Skywalwer aparecería sólo hasta el final frente a Rey, que muy probablemente es su hija a juzgar por la Fuerza que hay en ella; que el Imperio se niega a morir, que hay una estrella de la muerte 20 veces más grande que la que ya se conocía y que puede destruir cinco planetas de un madrazo, además de que el robot BB-8 es más adorable que la ardilla de La Era del Hielo, todos iríamos a verla, porque Star Wars es importante y trascendental en la vida de todos los ñoños y no tan ñoños, con spoilers o sin ellos.

Se estrenó El Despertar de la Fuerza el jueves a las cero horas y yo estuve ahí, vestido de jawa con mi chesco gigante en vaso conmemorativo, sin ninguna pena porque todos en el cine traían atuendos más ridículos que el mío y con mucho menos presupuesto, pero compartiendo la emoción de quien verá la continuación de una historia épica en un mundo de añoranza que le da sentido a nuestras patéticas vidas terrestres.

Cinemex y Cinépolis deben estar muy enojados, porque desde que empezó la película todos nos zurramos en nuestros asientos por lo menos en cuatro ocasiones. Debió ser el estreno más molesto de presenciar, porque nadie se quedaba callado; parecía un partido de futbol en el que desde la butaca se echaban porras y se sufría, para acabar en un aplauso de pie, como si aquel gordo de bigotito indígena hubiera visto Turandot en el Metropolitan Opera House de New York y no la nueva de La Guerra de las Galaxias en un cine ñero en Tultitlán.

Han pasado 30 años desde la Batalla de Endor (la de los ewoks) y la República no ha podido ser instaurada. Como en la vida real, después de una revolución viene un periodo de incertidumbre, remanentes de una guerra civil entre quienes siguen fieles al régimen y se niegan a ceder el poder que tenían, y entre aquellos que deben empezar a formar un nuevo gobierno desde cero. Ya no hay Imperio Galáctico ni Alianza Rebelde; ahora es el Primer Orden contra la Resistencia, que es comandada por la general Leia Organa, luchando aún contra el lado oscuro de la Fuerza, en representación de un ente que aún no se conoce pero es maestro de Kylo Ren, porque entre los Sith siempre habrá dos, ni más, ni menos, siempre un maestro y un aprendiz. Pero nadie sabe dónde está Luke, desapareció en el exilio, derrotado por no haber podido restaurar la orden de los Jedi y traicionado por uno de sus alumnos que fue seducido por el lado oscuro; precisamente su sobrino, inspirado por la leyenda de su abuelo Anakin, mejor conocido como Darth Vader.

Esta historia, que la mayoría conocerá e irá a ver aunque se las cuenten por el simple hecho de que es visualmente atractiva, es un dramón loco que ya quisiera haber escrito Eurípides, Sófocles, Shakespeare, Pinter o Juan Osorio para producirla con unas nalgonas actuando una tragedia familiar que tiene todos los elementos para seducir a cualquiera, adentrándolo a un mundo en el que todo se resuelve a espadazos.

Sí, podrán decir que es un fusil del episodio IV, pero ese es el encanto, que se respeta el universo creado por George Lucas y que, como en la vida real, la historia tiende a repetirse pero en distintas formas; es un pase de estafeta a una nueva generación en la misma realidad, en la que muchos quisiéramos vivir porque en la que existimos nuestra vida es intrascendente. Quienes la tenían y la querían ver, para este momento ya la vieron. Y si durará dos meses en cartelera es porque la verán (veremos) 15 veces más, junto a los que no la tienen como su prioridad pero terminarán adorándola. Los que no, que no estén mamando; ¡déjenos ser!

¡Chá!

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