sábado, 27 de diciembre de 2014

Espíritu navideño

A las once de la noche comenzó la cuarta película de mi maratón navideño. Cada una más mala que la anterior, aquellas historias choteadas del catálogo del Netflix desde el incómodo sillón mugroso de mi casa sola con mis calcetines agujerados que dejaban pasar el aire gélido a mis dedos de uñas enterradas representaban un escenario mejor que estar atrapado allá afuera en el tráfico de Noche Buena, en la carrera con obstáculos de salida de un trabajo represor hacia la cena familiar castrante, pero en su edición 2014 con frío y bajo una lluvia que nadie se explica de dónde salió, pero de alguna forma también fue culpa del presidente Enrique Peña Nieto.

Un día después, ya en plenitud de la Navidad, los nubarrones negros cedieron terreno al cielo de un azul intenso con blancas nubes que invitaban al optimista a sacarle una foto para subirla a Instagram y al pesimista a darse un balazo en la sien, porque eso significaba que cientos de personas, aquellas a las que la cruda de la noche anterior dejó vivir, enfilarían como lo hicieron hacia el cerro del Ajusco a juguetear en la capa de apenas dos centímetros de nieve, con la que hicieron muñecos que colocaron en el toldo de sus coches, que llegando a Six Flags en su camino de vuelta ya se habían derretido.

Afortunados ellos que ya no matan, violan y secuestran en el Ajusco gracias a la Policía Federal. Desafortunado uno que tiene que buscar drogas más fuertes que la felicidad para encontrarle sentido a la vida.

¡Chá!

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