viernes, 12 de diciembre de 2014

Nacidos para correr

Cuatro de la mañana del jueves y la recta que se hace en Periférico Sur, desde Tv Azteca hasta después de Insurgentes, inspira a meterle pata a lo que traigas, sea un vocho tuneado como el del presidente de Uruguay o una bestia de 18 mil caballos (tal vez exagero, pero nomás tantito) como el mío. Cuando miré el tablero, la aguja estaba pasando el 160 y la erección en mis pantalones me sugirió que a lo mejor iba yo un poquito rápido.

Más terrorífico que encontrarte un fantasma viajando en el asiento trasero de tu coche, era ver por el retrovisor el flashazo del radar de la policía tomándole una fotografía a la placa para cobrarte 150 varotes de multa por sobrepasar los 80 kilómetros por hora en vías rápidas de la ciudad. Implacable e irrefutable fue durante el sexenio pasado el invento del ex secretario de Seguridad Pública, Manuel Mondragón y Kalb, para evitar muertes relacionadas con el exceso de velocidad, mismo que ahora ya nos vale madres porque no se aplica más.

Desde hace mucho, tal vez desde antes de que terminara el gobierno de Marcelo Ebrard, los radares de velocidad dejaron de operar repentinamente (menos los del segundo piso, esos aún te atoran), ya que la gran mayoría quedó ciscada con los flashazos y dejó de correr como si trajeran diarrea. Ahora, a dos años de distancia y una vez que vi que podía pisarle como si fuera gallo jarioso, creo que es momento de desempolvar las máquinas para evitar que ocurra una tragedia a 200 por hora, sobre todo si la protagonizo yo.

¡Uts!

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