miércoles, 2 de octubre de 2013

¡Ay, una güera en el Metro!

El reflejo de las luces del pesero en la palomita de sus coquetos tenis rosa con azul cielo me llamó la atención, pero lo que realmente me cautivó fue la curva a contraluz de sus nalgas en unas licras negras, rematando un atuendo deportivo que, a pesar de lo holgado de las telas, dibujaba una silueta trabajada por el rigor del gimnasio, que nomás de imaginar el sudor escurriéndole por el cuello hacia el pecho después de diez minutos en la elíptica, me dan ganas de botar este texto y encerrarme un rato en el baño.

Esa criatura, hecha por Dios con todo el amor que le quedaba después de construir el mundo, con todo y sus rubios cabellos, naricita recta, ojos azules y sus bolsas del Oxxo, estaba igual que yo esperando el camión RTP hacia el Metro Sevilla, en el cual causó conmoción entre todos los presentes, porque no es común que un pétalo así tan delicado vuele entre las nopaleras con los marranos.

Sin inmutarse, inmersa en la música de sus audífonos, viajó con todos los que, como yo, contemplábamos discretos el brillo de su blanca piel bajo el contraste de la noche del cruce de Reforma, humillando con su perfección a las admiradas formas de la Diana Cazadora. En el subterráneo, con más luz iluminando cada uno de sus fascinantes recovecos, fue aún más difícil no dejarse llevar por el instinto animal, que contradice todas las reglas establecidas por la sociedad, que dicen que no es correcto babear mientras le admiras el culo a una mujer.

¡Chá!

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