lunes, 7 de octubre de 2013

Escúpanle sus huevos

Un grito con mano agitándose al aire irrumpe la tranquilidad de mi desayuno. ¡Mésero, llámele al gerente!, dice un señor de más de 50 años, a juzgar por la cabeza calva con machas en la piel que se asoma en el gabinete frente al que estoy sentado yo, dispuesto a comerme unas crepas rellenas fajitas de pollo con salsa de algo muy exótico, porque según la carta cuestan más de 150 varos las muy cabronas.

Chaparrito, el único con camisa de vestir y corbata debajo del delantal en el ihop del World Trade Center, corte de niño baboso y actitud de ¿ora qué quiere este cabrón?, a pesar de su sonrisa hipócrita, se aproxima al comensal, sólo para recibir un cagón de 15 minutos sobre un omelette frío con carne que sabía feo, además de un jugo de naranja demasiado amargo para tomarse, por el cual el pelochas no iba a pagar ni un centavo, a pesar de que ya le había bajado la mitad del vaso.

Con los huevos de corbata y el culo entre las rodillas, se llevó el platillo a la cocina, a ver si con una volteada de sartén se componía, mientras el pobre mesero, al que ya habían súper cagoteado previamente, ni se quería acercar al lugar, lo cual me afectaba porque quería más lechitas para mi café.

Diez minutos después regresó el platillo, sólo para toparse con que ahora la textura de las verduras no era la adecuada para su majestad, quien cómodamente leía la sección de negocios del Reforma. La amabilidad tiene un límite y hay huevos que merecen un gargajo. ¡Hasta me dieron ganas de ser mesero!

¡Uts!

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