lunes, 2 de abril de 2012

Un Botero falso

Mis manos recorrieron con soltura esa amplia superficie de textura casi erótica. Las formas de su redondez cautivaron mis sentidos con ese volumen de masa generosa, al punto de entender la fascinación que tiene todo el mundo hacia las obras del colombiano Fernando Botero, el artista de la brocha gorda.

De repente, ¡madres! Una mano extendida se impactó con furia y violencia sobre mi mejilla derecha, provocando un sangrado inmediato en mis encías y una de mis fosas nasales, cuyo chorro salpicó la losa de mármol del Palacio de Bellas Artes, ante la mirada atónita de cientos de personas que me vieron desplomarme entre convulsiones por el madrazo que acababa de recibir.

Con gritos que estremecieron los edificios de alrededor, de hijodelachingada, aprovechado, malnacido y cachondo no me bajó la propietaria de esa mano, mientras yo yacía revolcándome en el suelo del dolor. Dos minutos después y aún al borde del derrame cerebral, pude identificar a mi agresora, cuya silueta indicaba que por lo menos dos gansitos, tres sopes de chicharrón y dos platos de chilaquiles con huevo y bolillo se jambaba todas las mañanas.

¿Y yo qué culpa tengo de que las pinches obesas se parezcan tanto a una escultura de Botero? ¡Me confundí! ¿Quién las manda a estar tan marranas y pararse en la exposición?

¡Chá!

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