Cuando me di cuenta, los ojos me ardieron de lo secos que estaban. Mis párpados se cerraron después de media hora de no hacerlo.
Dos minutos después, al recuperar la vista, volví a clavar la mirada en su foto, aquella que le tomé con el teléfono celular una tarde que nos quedamos atrapados en el tráfico.
Tras cinco horas de permanecer embobado con sus labios y esa expresión en sus ojos, sigo sin entender cómo pudo venirse a enamorar de un pobre imbécil como yo, que se limita a contemplar su imagen sin pestañear.
viernes, 26 de marzo de 2010
Sin pestañear
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