jueves, 12 de noviembre de 2009

A otra cosa

He pasado mucho tiempo pensando en cómo iba a reaccionar la próxima vez que la viera. En cómo iba a actuar ella; si me evitaría; si me agrediría o si sólo me saludaría como si nada hubiera pasado.

Le he dado varias vueltas y he repasado qué debía yo sentir o qué se supone que debería decirle. Si aún siento algo por ella, si le guardo rencor o qué diablos se dice después de que sus últimas palabras fueron “eres un escuincle pendejo, me hiciste mucho daño y no quiero volver a verte en mi vida”.

Aún recuerdo mi voz cortada, mis ojos llorosos y mi incapacidad para saber qué hice mal para arruinar lo que pudo ser grandioso y en lo que había puesto todas mis fuerzas e ilusiones en la vida, mientras ella despedazaba mis sentimientos.

Alguna vez consideré decirle “mírame hijadetuchingadamadre, ves estas putas cicatrices que tengo en la cara, son por tu pinche culpa… ¡culera!” Ya que su desdén me provocó una depresión que me sumió en un hoyo que me alejó de la vida misma y terminó con mi salud.

Y ahí iba, frente a mí, subiendo las escaleras de la estación del metro, con sus clásicos audífonos que la deslindaban del mundo, el típico rojo en sus ropas, el pelo recogido, look despreocupado tirándole a fachoso, con teléfono en mano y ese andar pausado.

La reconocí en el primer instante. Dudé en hablarle. Me le emparejé en la caminata para ver si ella me reconocía, pero venía tan metida en su marcha que no vería al propio Papa si le pasara por enfrente.

Corrí, crucé la calle, corrí más para adelantarme dos cuadras, atravesé de nuevo y caminé, ahora en sentido contrario. La vi de lejos, ahí venía, ahora hablando por teléfono, arrastrando los pies.

Levantó la mirada un poco, lo suficiente para verme el rostro y reconocerme, a pesar de que la última vez que nos vimos yo tenía el pelo largo y alborotado. Pasó un segundo el instante en que nuestros ojos se vieron pero fue una eternidad. Esperé, esperé y esperé a ver qué hacía, si bajaba la mirada y seguía de largo, si daba media vuelta y huía, si se pasaba a la otra acera, si reiteraba ese chingatumadre que significó el adiós, o si hacía lo que finalmente hizo, regalarme una sonrisa, un saludo y un abrazo.

Yo, como siempre, con mi cara de pendejo, inventando cualquier cosa para justificar mi presencia de nuevo en su vida, sin palabras, pero con una sola idea fija: no significa nada.

Se fue, la observé reiniciar su camino, sin hacer el menor gesto, llevándose consigo parte de mí, parte que hasta ahora sólo representaba un lastre en mi memoria, un pesar en el corazón y un chivo en mi pegas (¿a chingá?)

10 minutos después, un beso como saludo inauguró otra velada al lado de quien me roba el sueño, me deja sin aliento y me mantiene en este mundo miserable con una sonrisa cuando me toca, cuando está cerca.

Un abrazo en la mesa de un restaurante, un beso mientras la mesera trae la cuenta, las manos que se toman en el frío… ¿Qué más le pido a la vida? ¡Nomás ir en Prepa 5!

2 comentarios:

Jonathan Pardiñas dijo...

No mames, insistes. Tu novia te va a recagar por ese texto, bueno, si tu novia no es imaginaria, que todavía lo dudo.

El club dijo...

Saludos, Te recomiendo esta pagina. Hay casos como el tuyo. Lee el primer post.

http://elclubsomostodos.blogspot.com/