miércoles, 11 de noviembre de 2009

¡Ay nanita!

Pueblo perdido, allá lejos, ni siquiera puede considerarse parte de la Ciudad de México porque está rodeado de cerros y bosque. La población la componen en su mayoría perros callejeros. Los índices de delincuencia aumentan y se le atribuye a una bola de oaxacos o “fuereños” que en los últimos años han llegado a residir. Cuando tocan las campanas de la iglesia le cae toda la banda y la voz del padre durante la misa se oye hasta en el último rincón gracias a unos potentes altavoces que te depilan los pelos del ano de lo recio que suenan.

Es Santa Ana Tlacotenco, pueblo culero de la delegación Milpa Alta de donde soy originario (soy de ahí así que no es despectivo y tengo derecho a decir que está de la verga) y donde tengo un terreno… en realidad varios pero quién los cuenta.

Bueno, el chiste de Zacapechoca (se acostumbra nombrar las zonas como hacían los antiguos) es que se dice que hay un tesoro escondido, ya que en unas peñas (piedrotas) se oyen monedas cuando arrojas piedras (chiquitas), es decir, te subes al montículo y avientas una roca al vacío, cuando ésta cae, se oye como si lo hiciera sobre dinero, al estilo Rico McPato.

Hay mucho loco que ha ido en busca de tal fortuna, unos que hasta han partido las piedras a chingadazos, pero nomás nada. La idea toma fuerza cuando se ha constatado que por las noches, Zacapechoca tiene un guardián, una presencia que ahuyenta a propios y extraños.

Olor fétido, tensión en el cuerpo, la sensación de alguien o algo maligno en el ambiente, baja de temperatura y unas ganas de mearse del susto es lo único que se percibe repentinamente al pasar la noche en ese lugar, según cuentan los que lo han hecho, que no son pocos.

Al chile, yo como soy bien puto para esas cosas, como para muchas otras cosas más, ni le intento, a pesar de que ese supuesto tesoro está en mis dominios.



Les dejo el video.

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