lunes, 19 de enero de 2015

Ya que se arme la campal

El viernes en la tarde, un llamado de emergencia interrumpió una gorda de carnitas con cisticerco que estaba acortando mi vida un par de años, porque se soltó el rumor de que el parque Luis Barragán, que está detrás de la plaza comercial Grand Pedregal, iba a ser el escenario de una batalla campal entre chavitos fresas, niños bien, mirreyes y papaloys de diferentes escuelas particulares, que desde hace años se traen ganas para definir quiénes son los más afectivos de la zona.

Como hormiga al llamado de la caja de zucaritas que se derrama y gobernado por mi infinito instinto periodístico, llegué ahí en unos 15 minutos o menos, ávido de ver cómo se rompían las uñas y se arañaban las medias una bola de mocosos juniors queriéndose sentir bien malotes como si estuvieran en un baldío de Ecatepec o Neza, delimitando su territorio para que las morritas nais mojaran sus tanguitas viendo a sus hombres perder el estilo... pero pus nel, puro pájaro nalgón y nadie se apareció en el campo de batalla, donde ya hasta palomitas y chesco había comprado.

El anuncio de una golpiza colectiva entre escuelas ricachonas del Pedregal está desde que yo iba en el CCH-Sur (de cuando había Playstation 1) y hasta el momento no se ha dado. Tanto ahora como en mis tiempos (ya tengo la edad suficiente como para decir eso), el plan de la banda de la UNAM ha sido llegar sin invitación a la madriza y abaratar parejo, demostrando que para partirse la madre hay que ser barrio y para ligarse a unas morras a punta de sangre y mocos, también.

¡Chá!

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