viernes, 6 de septiembre de 2013

Éxodo taquero

Salgo de la oficina (ayayay, ¡qué mamón!) y mi taquero de confianza no está. Yo, contradictoriamente zurrándome de hambre por unos de chicharrón grasudo y frijol aflojatodo con harta salsa verde de cubeta, dejé rodar una lágrima sobre mi mejilla derecha, al no poder disfrutar de una comida tan rápida, que antes de terminarla ya la estás echando por la taza, ideal para las explotadoras jornadas de trabajo de hoy en día.

Dos cuadras más allá hay otro taquero, al lado de un teléfono público, donde encadena su bici para que la canasta tenga más estabilidad a la hora de despachar. Sin embargo, a la hora en que yo llegué, el güey ese tampoco no estaba, como si todos formaran repentinamente un gremio y pugnaran por un horario de comida que concuerde con el mío. De regreso, por el camino largo, no encontré al tercero del rumbo, a pesar de que los de papa le saben como a sobaco.

Al llegar al punto inicial, no pude evitar preguntarle al bolero de la esquina si sabía a dónde se había ido el Don Tacos, porque era raro no toparlo cuando los Godinez del área salen de sus cuevas a comer y a aparearse. Don Bolas me contestó que, al igual que todos los taqueros de canasta del rumbo de Polanco, el mío se había ido a suministrar garnacha de ínfima calidad al plantón de la CNTE en el Zócalo y las marchas en Reforma, porque allá se está vendiendo a lo cabrón, lo cual sólo me hizo odiar más a Miguel Ángel Mancera, jefe de Gobierno del DF, por no romperles sus madres a punta de toletazos a los mairos.

¡Chá!

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